Mi nombre es Andrew Erics. Viví, alguna vez, en una ciudad
llamada Nueva York. Mi madre es Terrie Erics. Si alguna vez vas a la ciudad, y
lees esto, por favor, encuéntrala. Ella está en el libro amarillo. No le
muestres esto, pero dile que la amo, y trato de volver con ella. Por favor.
Todo empezó cuando decidí, al cumplir 25, que era tiempo
para dejar de llevar la mochila donde cargaba mis libros para ir a trabajar. Me
haría lucir más maduro, pensaba. Por supuesto que eso significaría
también que tendría que dejar de leer en el metro durante las
mañanas y tardes. Un portafolio hubiera parecido un poco raro debido a que
trabajaba en una fábrica, y un bolso de mensajería se hubiera visto, no lo sé,
raro a mi gusto.
Tenía un reproductor de mp3, el cual me ayudaba a pasar el
tiempo por un rato, pero se descompuso después de un tiempo. Así que
cada mañana, me sentaba en el metro por medias horas que se me
hacían eternas, con nada que hacer más que ver pasajeros subir
y bajar del metro. Era bastante tímido, y no me gustaba que me
miraran, así que siempre buscaba la manera de taparme estando en público.
Rápidamente me percaté de que no era la única persona que se
sentía poco confortable en público; Me di cuenta que había personas que se
cubrían de distintas maneras, pero aprendí a distinguirlos. Estaban los
nerviosos que no podían estar cómodos de ninguna manera, moviendo
sus manos, cambiando su posición, y mirando para todos
lados. Después de ellos, estaban los falsos-dormilones, los cuales normalmente
corren a su asiento y cierran los ojos inmediatamente. La mayoría no dormía sin
embargo. Los que realmente se quedaban dormidos se movían menos y generalmente
se despertaban de repente cuando el tren llegaba a su estación. Por ultimo
estaban los adictos al mp3, los ocasionales usuarios de laps o tablets y los
que venían en grupos y hablaban muy fuerte. Eso sin contar los adictos al
celular que parecían no poder cerrar la boca por menos de 2 minutos.
El observar gente era horriblemente aburrido. Hasta que
encontré mi primera incongruencia. Un hombre de edad media con cabello café de
tamaño y peso promedio, el cual se vestía de manera muy casual. Lo extraño en
él, es que parecía quizá, demasiado normal. No tenía ninguna
característica remarcable, ningún manierismo, como si estuviera
designado para desvanecerse en la multitud. Eso fue lo que hizo fijarme en él.
Yo trataba de ver de manera intencional, como era que la gente
actuaba en el metro. Y el no actuaba para nada. No reaccionaba para anda. Era
como ver a alguien sentado frente a la TV, viendo un documentario de peces; No
estaba excitado, ni involucrado, pero tampoco miraba a otro lado. Presente pero
distante.
Él siempre estaba en el metro por las tardes. Llevaba
más de un mes con mi experimento de observación a la gente, antes de que
lo notara, porque no tomaba el mismo metro cada día, y nunca me sentaba en el
mismo vagón de manera consiente. La primera vez que lo vi fue un lunes, me
parece, y la segunda, fue el jueves de la misma semana. El obviamente tomo el
mismo tren, y se sentó en el mismo lugar -incluso en el mismo asiento-. Como me
llamo tanto la atención la primera vez, le preste más atención
la siguiente. Francamente, él era perturbador. Se sentaba allí, sin hacer nada,
sin cambiar su expresión, con la cabeza derecha, sin importar lo que pasara.
Recuerdo a una mujer con un niño llorón que se sentó detrás de él, y aun así,
nada. El no movió su cabeza, ni cambio su gesto en molestia. Él niño era
jodidamente molesto!
Para cuando llegaba a mi parada, me sentía con
náusea, y mis manos temblaban como si tuviera un ataque de nicotina. Algo
acerca de ese hombre estaba “mal”. Él era, pensaba, una especie de freak. Un
sociópata quizá, uno de esos tipos callados que guardan docenas de cabezas de
mujeres en un refrigerador, con su madre como primera víctima.
Por un tiempo, me dedique a holgazanear de manera
intencional después del trabajo. Me paraba en los centros comerciales y kioscos
cerca del metro sin intenciones de comprar nada. Por un par de semanas, evadí
tomar el metro a esa hora, y siempre que me encontraba en la parada, titubeaba
para entrar en él. Me asegure de siempre tomar el carro más lejano del
cual había visto al hombre.
Entonces, una mañana, vi a otra persona que
alarmo las campanas de emergencia de mi cabeza. Una mujer, que lucía tan
simple, tan fuera de lugar, y tan ignorante de la conmoción de su
alrededor. Me di cuenta entonces, que reconocí a la mujer en el
momento en el que mi obsesión de mirar a las personas empezó
nuevamente, debido al aburrimiento. Lo más grave,
es que este hobby de observar a las personas se había vuelto una especie de
religión para mí; Me di cuenta que no podía entrar al metro o a un autobús sin
examinar a todos, llenando listas mentales en mi cabeza: Colores
sólidos y simples, no usaba bolsa, pulseras o accesorios. No miraba casualmente
a las ventanas o hacia otros pasajeros. Empecé a llamarlos los extraños.
No los veía a diario, ni cuando empecé a utilizar el metro
aun cuando no lo necesitaba. Pero estaban allí, de manera constante.
Ver uno de ellos hacia que la mandíbula se me trabara, mis palmas
sudaran y que mi garganta se secara. Si alguna vez has dado un
discurso en público, sabes cuál es la sensación.
Ellos no me prestaban el más mínimo de atención, a
pesar de que sentía que estaba en display para ellos. ¿Cómo era posible que
ellos no me notaran?
No me notaban, al menos no de una manera que yo pudiera
sentir. Eventualmente, mi curiosidad supero a mi miedo, y decidí seguir a uno.
Elegí al primero que encontré, el hombre del tren de la tarde que siempre se
sentaba en el mismo lugar. Tome un asiento, y me senté detrás de él. Llegando
casi al final de la línea, él se levantó y camino antes que yo. Manteniendo
distancia entre nosotros, lo seguí, pero el no llego muy lejos. Se sentó en una
banca cercana, tan poco expresivo como siempre. Así que me puse detrás de una
esquina y espere, tratando de parecer indiferente. Después de unos minutos,
llego el siguiente metro lo vi tomarlo, sentados en el mismo asiento. No tuve
el valor para seguirlo otra vez.
¡Simplemente tomo el metro al final de la línea y ya! ¿Y luego
qué? Se fue de regreso. ¿Porque haría eso? Me preguntaba durante el camino a mi
casa y mientras trataba de dormir. No podía dejar esto así, no hasta saber un
poco que estaba pasando. Me sentía más que confundido: ¡Estaba realmente
enojado! ¿Porque este extraño tipo sacado del valle desconocido tomaba el tren
de ida y regreso sin ir a ningún lado? Recuerdo leer en algún lado que la mente
rechaza ciertas cosas simplemente porque son agravantes; Por ejemplo, las
arañas perturban a muchas personas, especialmente las grandes… Lucen
simplemente extrañas, alíen para nosotros. Ese era el efecto de los extraños en
mí. ¡Ofendían a mis sentidos!
Lo seguí nuevamente el día siguiente. Y otra vez el día
siguiente. Todos los días por al menos una semana; Los dos hacíamos nuestros
viajes silenciosos juntos. Para el fin de semana, lo seguía por horas hasta que
el último tren se detenía cerca de mi departamento. Nos movíamos de un lado de
la ciudad al otro, y de regreso. Ya no miraba a las personas. No tenía ojos
para nadie más, aunque si notaba algunas miradas confusas hacia mí. Fuera de
eso, nosotros podríamos ser las únicas personas del planeta por lo que me
importaba.
Perdí mi trabajo la siguiente semana. Mi jefe fue amable,
tímido pero firme. No me concentraba. No tenía enfoque. No estaba siendo
productivo. Fue de hecho, un gran discurso, me parece, pero apenas podía oírlo.
Solo podía pensar en mi “Trabajo” nuevo, mi vigía… ¿Qué es lo que hacia ese
hombre, esa cosa en el metro cuando no estaba yo para observarlo? Deje el trabajo
por última vez casi al anochecer ese día. Desearía haber prestado más
atención aquel día. ¿Estaba soleado? ¿Era verano? Pude haber tomado un helado y
cappuccino, o ver a algunas chicas bonitas para sacar esa obsesión de mi
cabeza. O quizás encontrar un nuevo trabajo y esta vez, dedicarme a leer en los
trenes y autobuses.
En lugar de eso, espere. Espere en la estación hasta que lo
vi en una ventana. Me subí al vagón del tren y note por primera vez que mi piel
no estaba pegajosa, ni mis manos húmedas ni mi corazón latía fuertemente. Por
primera vez, me senté justo frente a él, directamente en su línea de visión.
Espera por un cambio en sus gestos. Acaso me reconocería? Si lo hizo, no vi
señales de ello realmente me fijaba en él. Me imagino la pareja que hacíamos,
sentados uno frente al otro mirándonos fijamente. No iba a permitir
expresar mi furia interna, pero realmente me esforcé en permanecer tan inmóvil
e inexpresivo como él. Pero por dentro, le gritaba. “¡Reacciona maldito
imbécil! ¡Mírame carajo, quiero saber que eres!”
No lo hice, y mis demandas silenciosas no fueron
respondidas, no en la primera vuelta, o la segunda, o la tercera, ni en la
décima. Viajamos mucho esa noche juntos, y en cada terminal, nos bajábamos y
esperamos. Me sentaba a su lado en la banca, observándolo desde la
esquina de mi ojo, y aun así, no obtuve nada de él. Pero dos pueden jugar ese
jueguito.
Finalmente, realizamos nuestros últimos viajes juntos. Lo
tenía, y lo sabía. En el último viaje de los trenes en la noche antes de que
estos dejaran de correr. Siempre lo dejaba ir a partir de este punto, porque la
terminal representa un largo camino a mi casa, y los autobuses dejan de operar
casi al mismo tiempo que el metro. Pero esta vez, lo seguí, para
finalmente saber que hacia cuando los trenes dejaban de
funcionar. Finalmente obtendría respuestas… Quizá.
El tren se detuvo, y la anticipación crecía en mí. El vagón
se vaciaba alrededor nuestro lentamente, hasta que solo quedamos los dos
observadores silenciosos. Luche internamente por mantener una sonrisa
maniática.
El extraño no se movió, seguía sin reaccionar. El carro
permanecía inmóvil, con las puertas abiertas. Se escuchó el aviso de
que habíamos llegado al final de la línea, y que todos tenemos que
desalojar el metro. El extraño seguía sin moverse. Finalmente,
escuche unos pasos, un conductor o alguien, asomándose para asegurarse que
nadie se quedaría en los vagones antes de llevar el tren a donde
quiera que lleven los trenes en la noche. Aun así, no quite la mirada de mi acompañante
silencioso.
Logre ver al conductor desde la esquina de mi ojo cuando
finalmente llego a nuestro vagón. Se asomó, puso sus ojos en nosotros, y puso
un gesto de extrañeza en su cara. Parpadeo un par de veces. Espere a que el
hablara en el momento que se acercó, pero con una ligera negación en su cabeza,
nos dejó. Había un vagón más después del nuestro, y escuche que lo
reviso, y unos minutos después, el tren se empezó a mover nuevamente. Avanzamos
por un rato, después dio una vuelta, y el tren se detuvo en su aparcamiento.
Pude ver a re ojo los demás trenes a lado nuestro.
Y entonces, me sonrió. Fue muy ligero, que hubiera pasado
desapercibido, si no hubiese estudiado su cara. “Así que”, me dijo en un áspero
tono, “Hemos llegado”.
Trate de responderle, pero no pude hacerlo. Mi garganta se
secó. Me llene de terror. Sentí que la caverna subterránea en la que estábamos,
se había derrumbado sobre de mi de repente. Tosí, y finalmente, con una vos
rasposa, le pregunte lo que me había mantenido despierto y me había llevado
casi a la locura, y me atrajo a este momento. “¿Que eres tú?”
Me ignoro. Se levantó y las puertas del tren se abrieron.
Entonces, de manera sorpresiva, se volteo para mirarme diciéndome, “¿Vienes?”
no espero mi respuesta y camino en la plataforma. Temblando, y tropezándome, lo
seguí. “Carajo, vamos, háblame, que eres?! Porque viajas en el metro todo el
maldito día?!”. No me miro siquiera, ni detuvo su paso. No podía ver su cara,
pero me es fácil adivinar que no reacciono en lo absoluto. Lo seguí por un
rato, gritándole todavía por un rato, pero eventualmente me rendí.
Caminando en la plataforma hasta que llegamos a un cruce. Estábamos
ahora perpendiculares a los trenes a nuestro alrededor. El camino estaba
iluminado desde arriba, pero no podía ver donde terminaba. Parecía haber demasiados
trenes como para servir a la ciudad. Pero no me importaba, mi atención estaba
en el extraño.
No estoy seguro de cuánto tiempo caminamos. El extraño de
repente se detenía para mirar un vagón por un par de minutos, para después
seguir su camino. Me tomo un rato entender el porqué, pero eventualmente vi que
no todos eran iguales. Largas líneas de ellos lucían similares,
pero a veces notaba un modelo diferente. A veces eran un poco
más chicos o más grandes o a veces eran de un modelo un poco
diferente. Incluso las cabinas de los conductores eran superficialmente
diferentes también. No sabía exactamente que estaba buscando el
extraño, porque después de una vuelta, las puertas de un vagón se
abrieron frente a nosotros. Entramos y tomamos nuestros asientos.
“¿Estás dispuesto a hablar ahora?”, le pregunte. No hubo
respuesta. Suspire de frustración y realmente empecé a pensar en darle un golpe
en la cara, cuando de repente, las luces del tren se encendieron, y el motor se
encendió nuevamente. “¿Qué carajo...?”
Me miro de una manera casi triste. “No podrás regresar”.
“¿De qué me estás hablando? ¿Regresar a dónde? No me
respondió. De repente, el tren se puso en movimiento en dirección contraria de
dónde venimos. Al menos, eso creo. Lo mire, y note que su Mirada vagabunda se
hacía cada vez más aguda, y por primera vez, tuve la sensación de que me
miraba.
“Calla, mantente en silencio. No llames su atención”.
El tren se detuvo, y las puertas se abrieron, y entonces,
ellos entraron como una ola. No sé qué fue lo primero que note –Los extraños
ropajes, los brazos demasiado largos, cuyas manos casi se arrastraban por el
piso, los ojos completamente negros, o su piel azuleada. Mi cerebro tardo mucho
en procesar lo que mis ojos veían, pero cuando finalmente lo hizo, sentí que mi
Corazón estallaría. Diablos, creí que yo estallaría por
completo. Mis instintos me gritaban
– ¡Quédate quieto! ¡No te muevas, no llames su atención!”
Viajamos en el vagón del metro quietos y sin expresión por
horas, por días quizá. Parecía más larga de la línea que conocía, la
línea por la cual seguí al extraño. Esas cosas horribles a nuestro alrededor
parecían no prestarnos atención. Estaba tan petrificado, tan asustado, que
cuando finalmente regresamos a la caverna con trenes, colapse en lágrimas, con
el extraño mirándome impacientemente.
Cuando gane control de mí mismo, lo mire y le implore,
“Llévame a casa… Por favor…”.
“No puedo” –replico-. “No sé cuál de estos te llevara de
regreso, si alguno puede hacerlo”. Se paró y salió del vagón, y entonces lo
seguí. Volteo de repente exclamándome ¨ ¡Creo que me has seguido
suficiente!”
La furia que tenía antes con él, la que se disipo por el
miedo, regreso nuevamente. “¿Qué?” le grite, acercándome. Lo tome por lo
hombros, y con una fuerza que no sabía que estaba en mí, lo empuje
en contra de uno de los vagones. “Maldito hijo de puta, ¿qué carajos me
hiciste?”. Lo azote una y otra vez. “Llévame de regreso!” Él se quedaba
mirándome pasivamente mientras mi furia me dejaba vacío. “Por favor, por favor
llévame a casa”.
“Así no funciona. Si estamos juntos, es más probable
que nos noten. Vete. Quédate quieto y se sutil, y ellos creerán que eres uno de
ellos”.
“Como me pudiste hacer esto, ¿porque?”
Me miro casi tristemente. “Tenía que hacerlo. Tú lo harás
también. Quedaras… atorado algunas veces”. Se quitó mis manos de mis
hombros, y se alejó de mí. Me puse de rodillas, después de perder mi fuerza
repentinamente, y lo vi alejarse. “Lo siento”. Y entonces, se había ido.
Trate de encontrar el camino por el que había iniciado,
encontrar un tren que reconociera, pero no estaba ya seguro de a dónde iba.
Finalmente, encontré un tren que parecía vagamente familiar. O al menos estaba
tan desesperado que eso quería creer. Cuando me acerque a la puerta, esta se
abrió para mí y tome asiento. El metro se movió, y a pesar de ser un ateo de
toda la vida, ore por encontrar la salida. El tren se detuvo, y por un momento
pensé que estaba salvado. ¡Gente! ¡Seres humanos! ¡Debo ser el hombre más
afortunado del mundo!
Entonces note los ojos. Específicamente, el gran tercer ojo
al centro de sus frentes. “Bien al Diablo contigo, Dios”, pensé.
Su tercer ojo parpadeaba independientemente de los otros
dos, lo cual encontré nauseabundo. Y cuando uno de ellos sonrió, note que sus
dientes eran filosos y chuecos, y verde-amarillo por la suciedad. Pero
aun así fui cuidadoso y selectivamente ciego.
Entonces note que no había ni comido ni tomado líquido por
horas, quizá días, y sentía que necesitaba comer algo.
En la siguiente terminal, decidí tratar de encontrar algo
que comer y beber. No sé porque espere, pero me pareció importante – Llegar al
final de la línea. Cuando llegue allí, me costó mucho salir del vago; Nunca
había visto al extraño salir de bajo tierra; Nunca lo había visto ni
comer ni beber. Sin embargo, mi estómago no tomaría un “no” como respuesta.
Trate de poner mi cara lo más neutral posible y salí de la estación.
Estaba enojado, perdido, hambriento y abandonado a un
destino que si no fuese peor que el infierno, era dos veces más estúpido
y con tres veces menos sentido. No estaba en mi mejor estado mental.
Normalmente trataba de dar vueltas amplias en las esquinas para evitar chocar
con alguien o algo. Continúe en la obscuridad por un buen rato hasta
llegar a una pequeña abertura en la pared. Hambriento y desesperado, me senté
en la pared, con mis piernas totalmente recogidas, imaginándome a mi golpeado
al maldito extraño con un martillo hasta la muerte. Era una imagen aliviadora.
Una rata estaba merodeando cerca en la obscuridad.
Normalmente, la hubiera pateado para espantarla, pero ahora no me moleste ni
por eso. Rabia o lo que sea sería una bendición comparada a viajar por
subterráneos de mundos desconocidos, solo y perdido. Cuando se me acerco, no la
espante, aun cuando se pegó a mi pierna, no me importo. No hasta que un tren
paso, y la luz de los vagones iluminaron el lugar en el que yo estaba, y la
cosa que yo creí, era una rata.
Parecía una rata, sí, pero con facciones arácnidas. Como si
alguien las hubiera cruzado, resultando en la horrible abominación que husmeaba
por mi pierna. Me pare rápidamente, y la patee como un balón de soccer,
al lado opuesto de la pared, y la mire retorcerse hasta que el tren paso
regresando la obscuridad.
Y en la obscuridad, me llegó un horrible pensamiento; Me
pregunto si se podrá comer esa cosa. Me asqueaba el imaginármelo, pero estaba
hambriento. Y no había garantía de que encontraría comida en este lugar, o en
algún otro momento. La cosa esa era mi única opción. Me mantuve tanto como
pude, pero creo que mis instintos de supervivencia triunfaron sobre mi asco.
Tenía mi encendedor, pero nada conque encender un fuego. Tome un poco de carne
de su cascaron, y la cocine un poco con el encendedor, pero no ayudo mucho.
Nada hubiera podido. La carne era fétida, más fétida de lo que puedes
imaginarte. He comido muchas cosas cuestionables en mi vida, pero nada tan
asqueroso, como la carne de esa cosa.
En retrospectiva, Fue ese momento en el que me
convertí en un extraño. Antes, me costaba mantenerme sin expresiones como los
otros. Destazar y comer una creatura casi alíen en la obscuridad, bajo un mundo
extraño, alienígeno, fue cuando perdí toda la cordura. Para cuando deje la
obscuridad, y regrese al túnel, estaba tan falto de expresiones y vacío
por dentro como el primer extraño que había visto.
Eso no fue lo peor sin embargo. Lo peor vino después, la
primera vez que me atasque. El extraño la había mencionado, pero en el estado
que estaba, casi no lo note, Una noche, al final de la línea, se me pidió
abandonar el tren en un mundo casi parecido al mundo normal. Le gente allí era
casi humana, por lo que podía reconocer. Eran anaranjados y jorobados, seguro,
pero fuera de eso, eran prácticamente “normales” –En el “mundo” que había
visitado anteriormente, habitaban criaturas gordas con seis pechos sin nariz,
así que los tipos anaranjados lucían bastante hermosos para mí-.
Al principio pensé que el conductor le hablaba a alguien más,
pero yo era el único en el vagón. Y además, le entendí. Cuando me pare, me di
cuenta de porque no me podía parar derecho: Tenía una joroba, y vi mi reflejo
que tenía la piel naranja. Entonces me di cuenta de todo. Atorado significaba,
estar atrapado en este mundo. Sería útil de no ser porque es posible dejar la
“estación”, pero al momento de poner un pie fuera de ella, te das cuenta de los
nauseabundo que es para ti un mundo alienígena. Tu cerebro hace comparaciones y
trata de establecer normalidad, lo que te pone demasiado nauseabundo.
No podía ni quería quedarme en ese lugar. Solo quería una de
dos cosas: Encontrar mi hogar, o encontrar al extraño que me puso en este
camino, y patearle el trasero. Nada más me daría alivio.
Algunas veces me pregunte si podía hacer yo que algún pobre
bastardo me siguiera en este inframundo por la eternidad… Si podría atraerlo de
alguna manera… Resulta que no tenía que hacerlo. Después de unos meses, uno de
ellos, me noto, y si, comenzó a seguirme por semanas. De manera cuidadosa, hice
lo posible por parecer que no lo había visto, justo como el extraño había hecho
conmigo. Pero estaba indeciso entre el deseo de advertirle o de traerlo al
final de la línea para dejar este inframundo de una vez por todas.
La última noche, el me siguió al final de la línea, justo como
yo lo había hecho alguna vez. No tuvo el valor de sentarse frente a mí, sin
embargo. Cuando el tren se detuvo, el huyo rápidamente. Deje el vagón, y el
tren se fue sin mí, mientras yo maldecía en mi interior. Mientras caminaba
hacia los túneles, el joven que me había estado siguiendo, me ataco. Tenía un
cuchillo curvado y me tomó absolutamente de sorpresa. Pero ya he
viajado por mundos hostiles por años, así que mis reflejos fueron muy agudos.
Peleamos viciosamente, hasta que pude hacer que soltara el cuchillo,
el cual tome, y accidentalmente hundí en su cuello. No quería matarlo, ni
siquiera estaba enojado. Mientras el yacía en el suelo, desangrándose, me enoje
mucho. Lo patee repetidas veces mientras le gritaba, “Idiota, se supone que
debías seguirme”. Hui de la escena del crimen, pero no por mucho; era temprano,
y podía tomar el primer tren. Así que tome el primer tren, una vez más al
final de la línea, a la “central”. Era invisible para el conductor una vez más.
Supuse entonces que, para llegar a la “central”, debes de llevar a uno, o
matarlo.
Era invisible otra vez, pero también era naranja y jorobado,
hasta la siguiente vez que me quede atorado. Esta siguiente vez, mate
nuevamente. Ese otro cayó mucho más rápido. No quería que ella me
siguiera. Una vez que me reconoció ella como un extraño, yo la reconocí como la
“próxima” y tome mi decisión. No voy a atraer a nadie a esto.
Me Pregunto ahora del extraño que me introdujo a esto. Como
lucia originalmente, y si sabía que podía matarme. Me pregunto también de los
otros que vi antes, y de las raras ocasiones que me topé con otros extraños en
mis viajes en el inframundo. ¿Matan o los atraen? E independientemente de lo
que eligen, ¿lo consideran piedad? No me atrevo a hablar con ellos. Estamos
condenados de todas maneras, y los condenados debemos sufrir en soledad.
He matado ya a 15, y me he hecho muy bueno en ello. Pero he
tomado una decisión. No matare más – inocentes, al menos -. Antes de
llegar a la “central” por primera vez, llene mi mochila con tanto papel
como pude, y escribí esta historia, cientos de veces, dejándolos en
botellas en las estaciones. Esta es una advertencia y una petición.
Mi petición, como ya dije, es la de encontrar a mi madre.
Una mentira blanca. Dile a mi mama que la amo, y que intento regresar a
casa. Quizá le dé un poco de esperanza, o un poco de paz. Ojala fuera verdad.
Pero esta es la cosa: Me he visto a mí mismo como Odiseo, tratando de regresar
a casa, aunque perdido y sin rumbo. Perdido en túneles interminables, como un
laberinto. Pero con una diferencia: Un laberinto es diseñado, construido.
Alguien o algo creo este lugar imposible. Me reclutaron como a Teseo, pero no
voy a jugar ese papel. Sus extrañas reglas me convirtieron en un monstruo, así
que seré el minotauro de este laberinto. Y si puedo, destruiré todo lo que está
a mí alrededor, y destruiré a los que hicieron este lugar.
Los haré responsables de esto.
Mi advertencia es que debes tener mucho cuidado en lugares
públicos, de las personas silenciosas e inexpresivas. Hombres o mujeres. Pueden
matarte. O pueden hacerte algo peor. Si los ves, aléjate, huye rápidamente.
Pero más importante: No tomes el metro al final de las líneas.