¡Estoy feliz! Creí que jamás lograría estar así.
Me siento satisfecha y realizada por primera vez en mi vida,
ya que me tomó tiempo, esfuerzo, sudor y lágrimas. Al fin estoy con Natalia, la
mujer que amo, viviendo en paz en una ciudad tranquila y disfrutando de mi
trabajo (que no lo llamaría así, porque yo adoro el arte).
Me dedico a pintar en cualquier superficie para
transformarla en algo que nadie imaginaba; pinto remeras, a veces murales en la
calle, también en lienzo, cosas que llamen la atención, y a veces a la
reflexión. Luego los pongo en venta en un pequeño local que tengo, que se
encuentra a unos kilómetros de donde vivo. La gente compra mucho por esos
lados, ya que es una zona bastante turística.
Vivo en la ciudad de Malargüe, en Mendoza, definitivamente
un lugar hermoso. Siempre mi forma de ser y de vivir fue motivo de rechazo para
mis padres, quienes creen que el arte no es algo importante, sino más bien un
pasatiempo, y les molesta mi sexualidad como si fuera una aberración; pero las
cosas han cambiado un poco.
Hablamos bastante en estos años y dejaron de
hacerme las cosas imposibles, para empezar a desearme la felicidad, como
debería ser. Estaba recordando esto porque justamente vengo de visitarlos, y me
dirijo a mi hogar para volverme a encontrar con mi pareja. Pero luego de unas
cuantas cuadras, mi auto empezó a fallar y decidí frenar para pedir ayuda.
Era un barrio silencioso, no se escuchaba sonido alguno y el
sol brillaba fuerte, y me hacía recordar los días cuando era pequeña y todos en
mi barrio dormían la siesta, mientras que yo miraba desde mi ventana la calle,
deseando que pasaran las horas para que mis padres me dejaran salir a jugar.
Ellos me decían que debía dormir o permanecer callada en ese horario, ya que
todo el mundo dormía y sería una falta de respeto hacia los vecinos.
Sobre la cuadra en la que me encontraba estacionada había
varias casas muy bonitas, pequeñas pero lindas y coloridas. Toqué la puerta de
la casa que tenía más cerca y nadie contestó, sólo escuché a un perro ladrar…
Cuando di media vuelta y unos pocos pasos para tocar en la siguiente casa, una
señora de más o menos unos cuarenta años salió de la misma un poco agitada, en
camisón y pantuflas, con algo de felicidad de verme, diciéndome: “¡Noté que
estás buscando ayuda! ¿Algo le ocurrió a tu auto?”. Yo me sobresalté al
escuchar aquel estruendo romper el sagrado silencio del lugar; me acerqué y le
conté a la señora que mi auto tenía problemas y que buscaba a alguien que
supiera sobre el tema. Ella me dijo que la siguiera, que en su casa, por
suerte, se encontraba su hermano, quien no era mecánico pero que seguro me
podría ayudar en algo.
El señor era muy amable, abrió el capó del auto y comenzó a
trabajar. La señora me invitó a pasar a su hogar a beber algo fresco. Accedí a
la invitación y nos sentamos juntas en la mesa, me dio un vaso de gaseosa y…
“Me llamo Nancy”, me dijo, sonriendo mientras se sentaba. Yo le agradecí el
refresco, y dije, “Mi nombre es Adila”, en lo que una niña de al parecer quince
o dieciséis años entró a la cocina con una sonrisa tímida y un poco asustada.
Me saludó de lejos con su mano y sin emitir palabra, miró a Nancy, tragó
saliva, agarró un vaso de la alacena y regresó al cuarto de donde vino.
Noté
que Nancy no le prestó atención a lo ocurrido; es más, ni miró a la niña.
Tampoco me dijo nada sobre ella, si era su hija o sobrina, nada… pero siguió
charlando, por lo que me vi forzada a ignorar la situación. Le conté sobre mi
trabajo y discutimos intereses generales. Nancy era agradable y se notaba en su
voz y su amabilidad desbordante que no recibía visitas muy a menudo. Entre
charla y risas su hermano entró a la casa limpiándose los dedos llenos de grasa
con un trapo, diciéndome que ya todo estaba en orden. Me despedí, les agradecí
la ayuda y atención que me prestaron; hacía mucho que no encontraba personas
como ésas.
Me subí al auto y pude ver que Nancy tomó del brazo a su
hermano, le hablaba rápido y lo miraba fijamente y con determinación, como si
esperara una respuesta correcta o lo golpearía. Él parecía atemorizado y le
respondía mientras entraban juntos a la casa; ella no le quitaba esa mirada
insistente de encima. Al ver esto me extrañé y me fui rápido, aunque esas
personas me habían caído bien no sabía qué ocurría ahí y no quería sacar
conclusiones tampoco.
Al llegar a mi casa, Natalia me esperaba con una rica cena,
y mientras comíamos, le conté lo que viví esa tarde. Nos reímos un poco de las
actitudes raras de la gente y más tarde nos fuimos a dormir.
Cuando desperté, la luz que entraba por la ventana me
encegueció; cerré con fuerza los ojos y desperezándome busqué con mis brazos a
Natalia.
Como no la encontré, abrí los ojos despacio y miré la habitación, lo
que me rodeaba… y el corazón se me salía del pecho al notar que no era mi
habitación. Salté de la cama con una energía que no sé de dónde salió, me tapé
la boca con mis manos y moviendo los ojos de un lado a otro sentí cómo mi
cuerpo se entumecía. No lograba calmarme, la desesperación que crecía dentro de
mí no me dejaba pensar con claridad, tampoco encontraba respuesta alguna. ¿Cómo
llegué a ese lugar? ¿Cuánto tiempo hacía que me encontraba en esa habitación?,
¿horas, días, semanas? ¡Todo lo que me imaginaba podría ser! ¡Si no recordaba
nada aparte de haberme dormido junto a mi pareja, quién sabía hace cuánto
tiempo!
No me percaté de cuánto tiempo estuve observando la cama y
la habitación tratando de descubrir cómo había llegado hasta ahí, e intenté
hacer silencio para no ser escuchada por quien quiera que fuera la persona que
me trajo ahí; algo que se me hacía difícil, puesto que acababa de romper en
llanto pensando en Natalia, en dónde estaría y si se encontraba bien. “¡Dios,
mataría al que le ponga una mano encima!... ¡Bueno, basta!”.
Me incorporé con bronca y me dispuse a investigar… “¡Tengo
que salir de este lugar, tengo que salir de este lugar!”. No podía parar de
temblar y cada tanto tenía que limpiarme los ojos empañados de lágrimas para
ver bien. Al observar la habitación, descubrí algunos portaretratos en las
paredes con fotos. Fotos de una madre besando a su bebé, un matrimonio, varias
personas reunidas en una mesa; pero no logré reconocer a nadie. Al seguir
observando para investigar más, revolví cajones de una repisa que se situaba a
la izquierda de la cama, en la que encontré papeles, juguetes rotos y
maquillaje, entre otras cosas. En el último cajón, escondido entre papeles y
fotos sueltas, se asomaba algo que parecía ser un álbum. Lo abrí y me paralicé
al ver que en él se encontraban guardadas fotos mías y de Natalia por la calle,
de mis murales y de mi tienda, todas acomodadas en ese álbum enorme con mucha
prolijidad. Ya no sabía qué hacer, o qué sentir, además de miedo. Estaba en la
casa de una persona obsesionada con mi vida…
Sentí un ruido. No me di cuenta de dónde provenía, porque
estaba muy aturdida al descubrir con este cuaderno que alguien me observó y
siguió el rastro durante años… y lo peor, ¡ahora estaba bajo su poder! Pero
enseguida agudicé el oído y lo volví a escuchar. El corazón se me frenó por un
minuto al darme cuenta de que provenía de debajo de la cama, y de un salto me
subí a la misma con el miedo de que me tomaran de los pies. “¡¿QUÉ TE PASA?!
¡¿QUÉ QUIERES DE MÍ?! ¡PEDAZO DE MIERDA!”, grité con todas mis fuerzas, y la
persiana cayó cerrando bruscamente la ventana y quitando casi toda la luz de la
habitación. El grito que salió de mi garganta fue desgarrador. Mientras
temblaba y lloraba desconsoladamente escuché cómo la risa tétrica y
escalofriante de una niña emergía junto con ella; avanzaba rápidamente en
cuatro patas recorriendo el suelo de la habitación. La obscuridad no era
profunda, porque podía divisar los movimientos de esa niña, o más bien una
adolescente que al parecer estaba entretenida dándome el susto de mi vida. Ella
no paraba de reírse y yo no paraba de gritar y de decirle que detuviera ese
juego enfermo.
Entonces se levantó, se paró delante de la cama
enfrentándome y se quedó en silencio de golpe mientras me miraba fijamente.
Sentía una presión en el pecho y miedo por su fuerte presencia. Desde arriba de
la cama lloraba y le preguntaba qué quería, le decía que estaba dispuesta a
hacer lo que fuera con tal de que me dejara ir, pero ella no emitió palabra
alguna. A los pocos segundos subió a la cama en silencio, mientras que yo
torpemente retrocedí contra la pared llorando y preguntándole por qué me hacía
esto. Sin responderme, se situó lo más cerca posible de mí y, sin tocarme,
gritó con fuerza durante varios segundos; sentí cómo todo mi cuerpo se aflojaba
y me dejé caer sobre la cama llorando, llena de miedo y confusión. Luego,
simplemente se bajó de la cama y se retiró en silencio de la habitación,
dejando la puerta entreabierta.
Temblorosa, respiré hondo varias veces y me decidí a bajar
de la cama. Caminé despacio hacia la puerta, tomando el velador por si
necesitaba defenderme con él, y noté que toda la casa estaba en penumbras; pero
antes de lograr cruzar la puerta, sentí cómo salían arrastrándose por el suelo
más personas de la misma cama, que avanzaban gateando rápidamente hacia mí.
Lo primero que hice fue gritar y tirarles el velador que
tenía en la mano, luego corrí chocando con todo objeto que se encontrara en mi
camino, una pared, una mesa, las sillas, protegiéndome con las mismas de estos
dementes que me perseguían y agarraban de los talones; pero no con la intención
de atraparme o hacerme caer, pues si quisieran eso simplemente lo hubiesen
hecho. Ellos se divertían conmigo, correteándome cual perro alrededor de la
mesa, acorralándome y dándose media vuelta para volver a encontrarme en otro
rincón de la casa mientras risas y carcajadas de hombres y mujeres inundaban el
lugar. No tenía idea de cuántas personas eran, quizás tres o cuatro… yo sólo
corría en busca de una salida, la cual luego de tanto escándalo pude divisar.
Entonces todos ellos se incorporaron de un salto cortando las risas de una sola
vez, y al mismo tiempo me observaron fijamente. De nuevo sentí esa presión
horrorosa en mi pecho, más fuerte aún. Me acercaba de espaldas lentamente a la
puerta que había visto, rogando que se encontrara abierta. Cuando choqué con
ella busqué con desesperación el picaporte; pero en ese preciso instante todos
juntos corrieron hacia mí dejándome inmóvil, y cuando estaban sólo a unos
centímetros de mi rostro, frenaron.
Yo me paralicé del miedo y no pude hacer más que cerrar los
ojos y rogar que no me hicieran nada. Sentí que esas respiraciones profundas y
agitadas cerca de mí se empezaban a alejar. Me animé a abrir los ojos un poco,
aterrada por lo que podía llegar a ver, y a medida que recorría la habitación
con mi mirada, noté que ya no había nadie más que yo en ese oscuro lugar. Dejé
de observar y me giré para salir de una buena vez de esa casa. Un grito
horroroso se escuchó de una de las habitaciones para darme el último maldito
susto, y cuando sentí que al girar el picaporte la puerta se abría, un gran
alivio recorrió mi cuerpo, junto con una desesperación que me llenó de
adrenalina para salir corriendo por ese patio que parecía un jardín trasero y
escalar por la medianera que no era mucho más alta que yo. Subí por el techo de
la casa de al lado y vi que desde ahí podría bajar a la calle, gracias a otro
paredón que se encontraba continuo al techo donde me encontraba, dividiendo el
patio de esa casa con la vereda de mi libertad.
No sé cuantas cuadras corrí hasta el cansancio; la gente me
miraba y yo sólo buscaba calmarme para poder ubicarme en la ciudad. Preguntaba
si me encontraba en la ciudad de Malargüe (porque ni siquiera tenía la certeza
de cuán lejos esa gente me había llevado), pero me miraban como a una loca y
seguían su camino. Tuve que preguntar a cuatro personas hasta que alguien me
respondió que sí. Estaba muy aturdida, quizás por eso perdí el sentido de la
orientación y no reconocía nada de lo que veía.
Al calmarme, caminé unas cuadras más y a lo lejos divisé la
casa de mis padres. Corrí con desesperación, angustia, emoción, alegría y un
montón de sentimientos que me invadían al no saber con qué me encontraría…
¿Estarían bien? ¿Les habrían hecho algo a ellos o a Natalia? ¿Me estarían
buscando, preocupados? Al llegar los llamé a gritos y golpeé la puerta una y
otra vez. Mi madre abrió y me abrazó como nunca, seguido a ella mi padre y
Natalia, mi querida Natalia que se notaba que tenía los ojos cansados de tanto
llorar. Nunca sentí tanto alivio en mi vida al saber en los brazos de mi
familia que todo el horror había terminado.
Después de hablar con ellos, Natalia me contó que durante la
noche dos personas entraron a nuestro hogar enmascarados y que yo di una gran
pelea, pero que al final ella terminó maniatada en nuestra habitación y a mí me
inyectaron algo que me dejó inconsciente. Ella logró liberarse para llamar a la
policía y a mis padres, que durante dos días me buscaron hasta el cansancio.
¡¿Dos días?!, no podía creer cuánto tiempo me habían retenido en esa casa.
Mi madre llamó a la policía, que me estaba buscando, para
decirles que había logrado escapar, y quizás contándoles el infierno que viví
lograrían encerrar a los desquiciados que me secuestraron. Ellos llegaron con
médicos, quienes me revisaron, y en mi cuerpo sólo encontraron marcas de agujas
en mis brazos, seguro por inyectarme… ¡quién sabe qué tipo de drogas! Ojalá los
encierren, no sé de qué son capaces estas personas. Sinceramente, necesito
ayuda psicológica, pasan los días y no puedo dormir sin despertarme gritando al
tener revelaciones en mis sueños sobre esa casa; no sé si serán simples sueños,
o verdaderos recuerdos del horror que viví en esos dos días que me mantuvieron
ahí. Pero en cada despertar, siento que volveré a amanecer en esa casa, con esa
gente, en esa habitación…
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