lunes, 29 de abril de 2013

Impacto












Caminaba bajo la luz hiriente del sol de enero, proyectando bajo sus pies una delgada sombra color azabache. Usaba jeans azules ajustados a sus muslos, y una camiseta blanca que llevaba adherida al cuerpo por la transpiración. 

Cruzó por la Avenida Belgrano, conducido por sus zapatillas de lona rojas, con la atención puesta al otro lado de la calle. Una vidriera reluciente se abría ante sus ojos, exhibiendo ordenadamente deliciosas golosinas en envoltorios de colores chicles y cajas de cigarrillos con cordeles rojos. Sus ojos recorrían con desesperación cada estante buscando algo por sí solos, con una ansiedad que segundos más tarde lo sorprendió. En ese momento se hallaba ensimismado sobre aquella incertidumbre. 

Como si un destello hubiese activado su maquinaria cerebral, aferró a su mirada una botella de Coca-Cola que resaltaba de las demás en una heladera de cristal. Fue espontáneo, igualmente insólito, un segundo después sabía lo que quería: esa botella helada que transpiraba, como si fuesen las curvas de una mujer invitándolo a acercarse. Empapó sus labios áridos y esperó un momento agazapado ante la vidriera, con los ojos achinados, esperando a que la Coca-Cola volara desde la heladera como un frisbee. Tan rápido como vino, el deseo se disipó, y sus ojos perdieron el poder de focalización. 

Ya erguido, dio media vuelta y volvió a cruzar la avenida. El sol nuevamente le impactó de frente como si fueran pequeños petardos encendidos. La ciudad no era más que gargantas de cemento y ladrillos que se abrían a todas direcciones posibles, como un asterisco esquizofrénico. No había rastro de nadie. Hasta los grillos se achicharrarían si saliesen a cantarle a la soledad. 

El único sonido que se oía era lejano y casi inaudible: un suave ronquido, gutural y resonante, pero tan bajo que producía calma, placer, inhibición; como el ronroneo de las aletas de un ventilador en una siesta de verano. Y no pudo explicárselo (ni lo intentó), pero sus piernas comenzaban a encontrar un rumbo recto y preciso, hacia ese único ruido remoto. Allí podría haber alguien. Sus… amigos, sí, tenía amigos. O Lucy, su… novia. Estaban esperándolo con una de esas latas congeladas de Coca-Cola. O quizás una Pepsi, aunque sabían que el odiaba esa marca. Estaban en el frente de la casa de Diego, leyendo revistas, conversando y bebiendo gaseosas. Su marcha aceleró al imaginar a Lucy con una sonrisa aplastada y tierna al verlo llegar de sorpresa. 

El pavimento despedía tanto calor que se dibujaban ondas que parecían bailar y distorsionaban su visión. Recreó en su mente la escena de una película que había visto de aventuras en un desierto, en la que todo se basaba en la poderosa ilusión de la insolación y el personaje del film terminaba derrumbado en su lecho de muerte, siendo sepultado lentamente por los vientos de arena. “Hasta que sus ojos quedaron fritos”, pensó. Río torpemente y luego se calló de repente. Un escalofrío lo envolvió, naciendo desde su médula como astillas de hielo, y detuvo el andar de sus pies. A su mente vino en pequeños resplandores la imagen de una cabeza descansando cómodamente sobre la arena, con una sonrisa graciosa (quizá producto de las ilusiones), pero con los cuencos de los ojos vacíos, como dos túneles que corrían paralelamente hacia el infinito. “Frito”, repitió, y emprendió su marcha.

El sonido que lo destinaba se hacía más y más fuerte, y pasó de ser calmo a metálico y estridente, pero aún se oía ahogado. Atravesó una senda peatonal sin mirar a los costados, se sentía imperioso en la soledad de la ciudad. Las veredas y las calles eran suyas, no tenía a quién eludir ni esperar a que los vehículos fluyeran encolerizados y se detuvieran en cada semáforo. En cada maldito… Semáforo. Parpadeaban frenéticamente. Luces amarillas, verdes, rojas. Parpadeaban sin sentido. Primero una, luego todas, sólo dos, de nuevo todas. Era extremadamente vívido. No sólo lo tenía ante sí, sino que lo veía brillar como nunca antes había visto algo. Cada centímetro de ese aparato era reluciente, tangible, contrastante. “Está loco, loco. El semáforo perdió…” la cabeza. Se le contrajo el estómago y pudo escuchar el corazón galopándole frenéticamente en el pecho: estaba estúpidamente aterrado. 

Un impulso visceral de supervivencia le indicó a su cuerpo la huida. Corrió con una agilidad sorpresiva, a todo lo que sus débiles zapatillas le permitieran. Cuando estuvo lo necesariamente lejos, giró sutilmente la cabeza y lo vio parado en la misma esquina (como esperando que cobrara vida), enloqueciéndolo con el resplandor de luces, diciéndole tácitamente que no se alejara. Parpadeaba ahora tan rápido que parecía que iba a estallar. Tornó la cabeza al centro y continuó, aunque volvió a mirar reiteradamente para asegurarse que no lo persiguiera. Que un semáforo no lo persiguiera. Minutos más tarde se le ocurrieron cinco o seis razones por las que lo que había pasado era una completa idiotez. Pero el terror no disminuía. Se acumulaba en su estómago, como un reloj de arena. 

“No hay nadie”, sus pupilas se hinchaban ante la luz radiante del sol. Le costaba ver, pero no oía a nadie, ni perros, ni pisadas, ni el motor de algún aire acondicionado escupiendo frío por ahí. La sensación de majestuosidad se le escapa y lo que parecía una ciudad civilizada se transformó en un desierto de cruces asfaltadas. “Sepultado lentamente” la idea que le causó gracia ahora lo atormentaba. 

¿Dónde estaba? Estaba… cerca del ruido. A sus oídos volvió aquel ronquido, fuerte y pesado, todavía metálico, similar al rugido de la tierra cuando despierta un terremoto. “¿Qué había pasado mientras tanto, el ruido desapareció?” Intentó imaginar a Lucy esperándolo con los brazos abiertos pero algo lo detenía, algo desgarraba esa idea. ¿Qué hacían los chicos cerca de un ruido tan perturbador? 

Las cienes le daban punzadas hacia la nuca, señal de que el sol lo estaba fatigando, pero mágicamente seguía avanzando, sin sentido, como si estuviera atrapado en un laberinto diseñado por el mismísimo Lovecraft, con el astro dorado vigilando sus movimientos. 

Los muslos le ardían del dolor, y la camiseta ya formaba parte de su piel. Sentía que sus pulmones estaban por colapsar en cada exhalación. Pero el miedo continuaba allí, escondido en su vientre, obligándolo a continuar. “Un semáforo me asustó” pensó, pero aunque intentara encontrarle lógica al asunto, un puñetazo de irracionalidad le golpeaba las tripas. “¿Qué me pasa?”, la angustia le cristalizó los ojos con lágrimas, las lágrimas reales que se padecen ante la hoz de la muerte. 

Dio sus últimos pasos de agonía y cayó de rodillas al suelo, abriéndose los jeans en un fuerte desgarro. Bajó la cabeza e intentó vomitar, pero terminó en unas arcadas violentas que le arruinaron la garganta. Tenía el peso del sol aplanándolo sobre la espalda y se recostó para sentirse aliviado. Así quedó por minutos, en posición fetal, bajo el desamparo del asfalto hirviendo bajo su cuerpo. 

Pero de repente, nació desde el medio de la calle el mismo rugido que persiguió. Dio un respingo y se incorporó a tientas. Ante él estaba ese sonido que lo había hipnotizado como el canto de una sirena. 

Con sus manos construyó una visera y abrió lentamente los párpados. Le costó adaptar sus pupilas, pero frotándose los ojos con los puños lo consiguió: veía su auto apuntándolo con la trompa. Un pequeño e indefenso Peugeot 206. Pero no lo había visto ahí antes. “No estaba allí”. Su estómago dio un estallido de pánico que lo hizo temblar. Pero sabía que había algo peor. Alzó la vista y encontró chalecos de policía, gorros de policía, y cintas de restricción. Estaba todo adornado. Las rejas y los portones llevaban chalecos anaranjados. Los gorros estaban ornamentando los árboles. Las cintas colgaban como guirnaldas. 

Río y lloró al mismo tiempo. Era bizarro y totalmente irreal, pero esas alegres ornamentaciones llevaban cargado el horror. “Una fiesta”, dijo sollozando, “Una fiesta para mí”. Se arrastró hasta la trompa del auto y lo rodeó. Tomado del espejo retrovisor se levantó, y con cansancio apoyo la frente en la ventana polarizada. “¿Qué mierda es eso?”. Dentro del auto, mezclada entre las sombras, estaba la misma botella de Coca-Cola, esperándolo mientras despedía gotas heladas. Estaba seguro que era la misma. No podía no ser la misma. Era perfecto, como la ilusión de la película. 

Tiró de la puerta tanto como pudo pero no la abrió. Retrocedió unos pasos y recostó su peso sobre sus rodillas. Agitado, irguió su cabeza y miró con desesperación y pánico esa puerta, pero lo que logró ver lo hizo gritar de terror: las luces hiperactivas del semáforo reflejado sobre el negro del polarizado. Estaba detrás de él, como riéndose sádicamente, disfrutando su lánguido pudrimiento. 

Las lágrimas le vertían a cascadas, hasta enrojecerle los ojos. Gritaba sin parar, no podía detener de su garganta, era una catarsis del horror que acumulaba en su vientre. Giró tan rápido como sus temblores se lo permitían y lo observó con los ojos abiertos, como si sus párpados chillaran al compás de sus labios. “Bajo la luz del sol no ocurren atrocidades, dicen. Qué mentira”. 

Se hallaba de rodillas al frente de su casa. “Mi casa, esta es mi casa.” Y todo se iluminó en su mente. ¿Qué hacía en el medio de una ciudad vacía? ¿Por qué no había nadie? ¿Cómo llegó ahí? ¿Por qué no pidió ayuda? “Sabía que nadie me ayudaría”. 

Caminó vacilante hacia la puerta de su casa, antes rompiendo las cintas de seguridad que adornaban felizmente la entrada, “Una fiesta para mí”. 

Antes de girar suavemente la manija y entrar, oyó otra vez aquel rugido gutural, y por primera vez pudo distinguir que era, “La bocina de un cami…” y su corazón se contrajo con tanta fuerza que tuvo que detenerse. 

Al entrar a su hogar un aroma agrio a encierro le pateó la nariz. A pesar del fulgor del sol, adentro reinaba una espesa obscuridad, exceptuando la luz mortecina y gris del televisor. Un calor pegajoso lo envolvió en un abrazo. El aire se hacía pesado y de un gusto metálico. “No hay nadie,” pensó “¿Tendría que haberlo?”. De la misma manera que supuso que esa era su casa, se respondió que sí, que allí vivía alguien más. 

Buscó con sus manos extendidas algo a que aferrarse en esa nube azabache en la que caminaba y se topó con un cuerpo alto y frió  de un frió aliviador para su piel enrojecida. Tanteó hasta encontrar de dónde tirar y una pequeña luz brillante se abrió paso en la obscuridad. Un soplido helado lo hizo estremecerse y le congeló las lágrimas en los pómulos. Estaba frente a la luz de la heladera, de su heladera. Y allí dentro brillaba una lata abierta. La alcanzó de inmediato y la puso ante sus labios. Inclinó el envase lentamente hasta que la espuma de esa cerveza rancia tocó su lengua y… 

Unas palabras insidiosas se hilaron en su mente sin su voluntad. “En el infierno hace calor.” Al principio no tuvo sentido, pero un segundo después lo hizo detener su corazón. “No tengo sed. Nunca tuve sed. Nunca” soltó la lata y escupió el líquido de su boca. Cerró la heladera y gateó en la oscuridad que lo defendía del brillo del sol… y las luces del semáforo… y el reflejo de cualquier vidrio… ya no había sombras… o todo era sombras. 

Llegó hasta el sillón y se levantó con la fuerza que quedaba. El televisor despedía una voz grave de locutor: “Porque tu vida empieza hoy.” Y finalizaba. 

Izó su cabeza hasta asomar sus ojos por encima del sillón en un último esfuerzo. 

Allí, inesperadamente, estaba su madre, una mujer mayor con un rodete blanco en la cabeza que lo miró con sorpresa. “¡Hijo! ¿Qué haces ahí?” dijo la anciana con un tono agudo en su voz. 

Le estiró una de sus manos arrugadas y quedó perplejo, con un sabor amargo en la garganta. Quiso hablar pero el llanto le bloqueó sus cuerdas vocales. Sintió su corazón renaciendo, latiendo tan alegre como nunca. Recibió su mano y se sentó torpemente. La abrazó con fuerza y le besó la mejilla. 

“Hijo. ¿Otra vez llorando?” preguntó ella amablemente. Él no respondió, sólo siguió con su llanto. La mujer unió sus manos sobre su pollera y suspiró profundamente. 

“¿Cuándo se acabarán tus llantos? Y no me digas que algún día” con una mano le palmeó el hombro, y él se acurrucó sobre sus nudillos huesudos. 

Estaba en casa. Nunca mejor dicho. 

“¡Ay, hijito de mi alma! Dios sabrá cuándo,” giró su cabeza y lo miró con profundos ojos celestes “¿No es cierto?” 

El aire se le escapó entre los dientes y su llanto cesó. Esa mirada se le clavó como una trampa para osos. La mujer tomó el control de la TV y puso play. La voz del locutor volvió a sonar: 

“¿Cuidas tu vida? ¿La vida de tus hijos?…” la anciana suspiró, “Sabías que la cantidad de accid…” y se secó las lágrimas de sus ojos celestes. 

“¿Ma?” preguntó con voz débil, mientras la voz del locutor sonaba de fondo. La mujer no quitó la vista de la pantalla. Su boca temblaba. Estaba triste, pero sin ira ni pasión, como si estuviese acostumbrada a estarlo. 

“Todos piensan que estoy loca” se le aceleró la respiración, las manos le traspiraban y el estómago se le volvió a estrujar del terror. “Dicen que no te veo, pero sé que sí.” 

La oscuridad espesa y el calor pegajoso se agolparon rápidamente sobre sus hombros. Y aquel lugar, por una extraña razón dejaba de ser casa. 

“No puede ser. No” pensó él mientras sintió una espada de hielo atravesarlo. 

“Mira” dijo con un hilo de voz. “Ahí estás” y con una de sus uñas agrietadas señaló la pantalla. 

Había fotos, cientos de ellas, formando la palabra ‘AMO’. Y una resaltaba como si fuese la pieza gruesa del puzzle. “Yo” pensó con espanto. 

Algo le picaba intensamente en su brazo, le ardía. Comenzó a rascarse con desesperación hasta tantear algo filoso sobresaliendo en la piel. Un vidrio. Largo, grueso. Miró sus manos. Astillas. Uñas. “Me faltan las uñas” El pánico se agolpó en su garganta y la cabeza le latía violentamente. Una de sus piernas tenía un corte escupiendo sangre, y más abajo se asomaba un hueso brillante desde su tobillo, como saludándolo. 

Tenía hilos carmesí tiñendo su ropa. Pero el dolor vino después, con un aullido desgarrador. Pudo sentir que era su final, que moriría bajo las sombras del astro brillante. 

“Bajo la luz del sol no ocurren atrocidades, dicen.” 

Grito por segundos, hasta que un ruido tapó sus gritos. 

“En el infierno hace calor” dijo una voz críptica en su mente. 

El sonido se acercaba a él a toda velocidad, gruñendo con ira. 

“La bocina del ca-ca-ca-cam…” 

En el infierno hace calor. 

“Ca-ca-camión” sentenció y se preparó para el impacto. 


Autor: Francisco Rapalo.


Día del Botón


Laura fue despertada por su padre, algo que no había ocurrido desde que era pequeña. A medida que sus pensamientos adquirían prominencia en su mente, se sintió segura de que había dormido sin ropa, y que su padre la había visto; pero para su alivio traía puesta su pijama celeste. Dios, ¿qué estaba haciendo aquí?

—Vamos —dijo él alegremente, abriendo las cortinas y dejando que la luz solar entrase—. Es el Día del Botón, ¿lo recuerdas? Vístete, ponte algo bonito. Nos vamos en una hora. 

—Papá, ¿qué demonios? ¿No pudiste simplemente tocar? ¿Y si dormía desnuda? 

No la volteó a ver, estaba muy ocupado admirando su jardín desde la ventana. 

—Créeme, no es nada que no haya visto antes. Soy tu bendito padre, te he limpiado el culo demasiadas veces ya. 

—No es el punto, papá —Laura se incorporó, refregándose los ojos, y recordó lo que su padre acababa de decir—. Papá, ¿acaso dijiste «Día del Botón»? 

—Eh, sí. Qué, ¿se te olvidó? —Rió mientras se dirigía hacia la puerta—. No parabas de hablar sobre ello anoche. 

Laura frunció el ceño, sin entender. 

—¿De qué estás hablando? 

Él negó con la cabeza, todavía sonriente mientras salía de la habitación. 

—Vístete. El desayuno está listo. 

La dejó sentada en la cama, con la sábana hasta sus pechos, y una mirada de confusión en su rostro. Eventualmente se levantó de la cama y empezó a probarse la ropa que tenía a mano. Sonidos familiares le llegaban desde abajo: el traqueteo de ollas y sartenes, la televisión por lo bajo, las voces de su familia hablando entre sí, una breve y estridente risa —su hermano, sin dudas riéndose de la televisión—. 

Subió la cremallera de sus pantalones y esperó pensativa un momento, antes de finalmente decir, «¿Día del Botón?». 

En la planta baja, su madre estaba lavando los platos, tarareando para sí misma. Su padre y su hermano estaban sentados en la mesa, comiendo tostadas; su hermano vestía con una camisa blanca, y él nunca usaba camisas. Dudaba de que incluso tuviese una. Era una de su papá, la reconoció. 

—¿Qué con la camisa? —preguntó, tomando una tostada, y los ojos de su hermano no se alejaron del televisor, lo que era típico de él. 

—Es el Día del Botón, ¿no? —murmuró con la boca llena de tostada, y su madre se volvió para regañarlo. 

—Mark, no hables con la boca llena —Vio a Laura y suspiró—. Laura, podrías haberte puesto algo mejor que eso. Al menos haber hecho el esfuerzo. 

—¿Para qué? —dijo Laura; luego miró al techo, irritada—. Oh, espera, déjame adivinar. Día del Botón. ¿Me estoy perdiendo de algo? 

Su madre negó con la cabeza, retomando su quehacer. 

—No seas tan infantil, Laura. No te luce. Por favor, asegúrate de cambiarte antes de irnos. 

—Quería ver a Michael hoy. No iré con ustedes, lo siento. 

El silencio cayó sobre la cocina en lo que todos abandonaron lo que estaban haciendo, y la miraron sorprendidos. Con cautela, Laura dijo: 

—¿Qué tiene? 

—¿Estás loca? —la cuestionó su hermano—. No puedes salir hoy, ¡no vendrás con nosotros! 

—Laura, ¿has hecho planes? ¿Hoy, de entre todos los días? —preguntó su padre, cansándola. 

—¡Sí, hice planes! ¿Qué demonios está sucediendo esta mañana? 

Nadie le respondió. La miraban como si hubiese perdido la cabeza. 

—¿Saben qué? Olvídenlo. 

—Laura, detén esto, ahora mismo —le reclamó su madre—. Sabías perfectamente lo que íbamos a hacer hoy. Fue planeado desde hace mucho tiempo. Puedes simplemente llamar a Michael y explicarle por qué no puedes ir a verlo. 

—¡De eso se trata! —gritó Laura—. ¿Qué le digo? ¡No sé por qué no puedo ir! 

—Es el Día del Botón —dijo su hermano—. Ésa es la razón. 

—¿Día del Botón? —voceó ella—. ¿De qué diablos están hablando? ¡Nunca oí sobre el Día del Botón! Todos están actuando como si… —Se detuvo de repente, comprendiendo. Su familia le estaba jugando una broma. Era un chiste. Sosegándose, le pareció como si un gran peso hubiese sido removido de sus hombros. 

—Muy divertido, chicos —dijo ella, con su voz tranquila y serena—. En serio caí. —Se giró y salió del cuarto, dirigiéndose hacia la puerta principal. Mientras iba, escuchó la voz de su madre llamándola. 

—¡Laura! Por favor regresa en una hora, no podemos irnos sin ti, ¿está bien? 

—Claro, claro —respondió yéndose—. No querría perderme el Día del Botón, ¿verdad? 

Podía ver la casa de Michael desde aquí, con la cerca blanca y el amplio jardín de la entrada. Empezó a trotar, ansiosa por verlo. Al cruzar la calle la puerta principal se abrió y Michael salió con una expresión de sorpresa en su rostro. La había visto venir desde su casa. 

—Hey, ¿qué ocurre? —preguntó Laura, y para su aflicción, él se veía ligeramente enojado. 

—No deberías estar aquí —le dijo. 

—¿Qué, nos peleamos, y lo olvidé? 

—Me dijiste que hoy era el Día del Botón de tu familia —dijo, y hubo un movimiento detrás de él. 

Laura parpadeó, con la boca entreabierta por la impresión. Una chica rubia fue hacia la puerta y escabulló su brazo alrededor de Michael. Estaba usando una camisa para dormir y nada más, y su cabello estaba despeinado. 

—Vete a casa —dijo la rubia, y Laura retrocedió, parpadeando para contener las lágrimas. Michael no le devolvió la mirada, así que se dio la vuelta y corrió. 

Se topó con su madre justo cuando iba a entrar a su cuarto. Ella atrajo a Laura a su cuerpo, sosteniéndola mientras sollozaba. 

—Lo sé, lo sé. Déjalo salir —le acarició el cabello, meciéndola un poco. 

—Los hombres son unos bastardos, ¿no es así? —Laura retrocedió para mirar a su madre, sobándose las lágrimas—. ¿Te enteraste…? 

—Acabas de volver de su casa en un mar de lágrimas. No hace falta un genio para entender lo que pasó. 

—Se consiguió una rubia. ¡Una rubia! ¡Apuesto que por eso quería que me tiñera el cabello! 

Lloró un rato más, y su madre la sostuvo. 

—Ya está, ya está. Vamos. Empecemos a cambiarte para nuestro viaje. 

—¿Así que vamos a salir? 

—¡Por supuesto que sí! Aquí tienes, ésta es una blusa linda. La mejor que tienes, me parece. Pruébatela, quiero que nos veamos como nunca para nuestro Día del Botón. 

De inmediato recordó a Michael mencionando también el Día del Botón. Esto no era una broma. Era real. Todo era real, y no tenía idea de lo que estaba pasando. 

—Mamá, escúchame un momento. Algo está mal. 

—Lo sé. En serio te gustaba, sé que sí. Es terrible que te haya molestado en este día justamente. 

—Eso es, Mamá: no sé nada sobre el Día del Botón. Nunca lo oí, ¡y desde esta mañana pienso que soy la única persona que no tiene ni la más remota idea de qué está sucediendo! 

—Bueno, siendo honesta, yo tampoco soy una experta. Sé que fue una idea del Gobierno para combatir la… 

—No, no. Me refiero, a que no sé de él. En lo absoluto. 

Transcurrió un silencio incómodo, en el cual su madre la miró por un largo tiempo. Su boca formaba una línea rígida. Cuando finalmente habló, su voz estaba calmada. 

—Sé que estás triste, así que no le haré caso a tu pequeña broma, ¿está bien? Sólo cámbiate; aquí está tu blusa, te veré en el auto en cinco minutos. Te estamos esperando. 

Su madre se marchó, dejando a Laura sola y asustada, con su mejor blusa entre sus manos temblorosas. 

Lo siguiente que recuerda es que estaba en el coche. Todo acontecía de una manera tan fluida y despreocupada que cada vez se sentía más incómoda. Podía ver su entorno con extremo detalle, a cámara lenta: la pelusa en la manga de su madre, un poco de barba que la máquina de afeitar de su padre había dejado, una grieta en el pavimento mientras andaban. De pronto se sintió más lúcida de lo que jamás se había sentido en toda su vida; pero era incapaz de hablar, siendo impedida por su propio cuerpo. 

En alguna parte de lo más profundo de su ser, aún creía que todo era una broma, un enorme y elaborado engaño. A medida que se estacionaban frente a un edificio blanco con forma de caja, esa esperanza se desvaneció. 

—Aquí estamos —dijo su padre con alegría, y actuando como si estuviesen en la playa, su familia salió del coche, charlando animadamente. Se dirigieron hacia la puerta principal y les siguió el paso. Un letrero se alzaba frente a ellos: «PROPIEDAD DEL GOBIERNO. MANTÉNGASE ALEJADO». Vio las cámaras de seguridad filmándolos, y se apresuró a la entrada. 

—Hola, somos los Krandalls. Estamos aquí para nuestro Día del Botón —dijo su papá, y la recepcionista le sonrió. 

—Siga, señor. Sólo continúe caminando hacia allí. 

Su padre le agradeció, y se fueron por un largo pasillo iluminado, decorado con placas de bronce que brillaban. Había algo grabado en todas, bloques y bloques de texto, y Laura se acercó mientras caminaba para ver de qué iban —vio su reflejo mirándola de vuelta, y bajo las intensas luces fluorescentes, se veía demacrada—. Nombres. Cientos, miles de nombres, uno después de otro. Hogg. Wilson. Carpenter. Buxton. Bell. Palmer. Rowe. Brown. La lista seguía, aparentemente sin fin. 

El pasillo los condujo a un salón blanco con cuatro pequeños pilares, cada uno con un botón rojo encima, y más allá había un largo y pulido escritorio negro, con tres funcionarios del gobierno esperando. La insignia del Gobierno colgaba en una enorme pancarta en la pared. El cuarto permanecía en silencio, y estéril. 

Laura vio a su familia caminar todos hacia un pilar, mirando expectantes a los funcionarios, guardando un pilar para ella. Con su propio botón. Temerosa, caminó hacia él, notando al llegar que el suelo estaba ligeramente inclinado en dirección a un desagüe del que no se había percatado antes. Uno de los funcionarios habló y su voz resonó en el espacioso cuarto. 

—Familia Krandall. El Gobierno ha decidido que éste sería su Día del Botón. Les agradecemos por el sacrificio que hacen por su país, y por su gente. Sus nombres se unirán a aquellos en el largo pasillo dedicado a su honor. 

—Nos enorgullece —dijo su padre, y su madre asintió, con sinceridad. Su hermano se veía como si estuviese a punto de llorar por la emoción. 

El funcionario continuó. 

—Entonces por favor, a su debido tiempo, presionen los botones. Que Dios esté con ustedes. 

Su padre se volvió para mirar a su esposa, su hijo, su hija, y sonrió. 

—Iré primero, para mostrarles lo fácil que es. —Presionó el botón de su pilar, y éste se hundió con un ruidoso y satisfactorio clic. 

Mientras Laura observaba, la cara de su padre se tornó roja, como si hubiese estado corriendo. Recordó con qué rapidez él se ruboriza al hacer ejercicio, y supuso que simplemente había caminado muy deprisa en el pasillo, o algo así. Fue entonces cuando una lágrima carmesí se deslizó por su mejilla, y cayó en el duro suelo blanco. 

Laura miró, petrificada, cómo empezó a derramarse sangre de los ojos, nariz, orejas y boca de su padre. Corría por su camisa, por el cinturón que le había regalado para su cumpleaños y por sus pantalones. Salpicaba el suelo. A un mismo tiempo, sus ojos reventaron como ciruelas pasadas y colgaron de sus mejillas, aún conectados a su cuerpo por filamentos rojos. 

En lo que él se desplomaba, su madre y su hermano se miraron sonriendo, y presionaron sus botones. Se giraron hacia Laura, sosteniendo sus manos, mientras sangre caía de sus ojos y nariz, y manaba de su boca. Asumieron que ella había apretado el suyo, también. 

Laura tomó aire para gritar, pero el suave «pop» de los globos oculares de su hermano y su madre le hicieron un nudo en la garganta. Cayeron de espaldas, aterrizando uno sobre el otro. La sangre se canalizaba en el drenaje, que bebía tranquilamente. 

Todo fue silencio. 

—¿Señorita Krandall? 

Paralizaba, vio a los funcionarios observándola con atención. 

—Señorita Krandall, la sobrepoblación está destruyendo nuestras ciudades y pueblos. Su país necesita de su acción hoy. 

Los miró con los ojos completamente abiertos. A su lado, la mano de su hermano tembló, el último de los impulsos nerviosos se desvaneció. La sangre ya estaba empezando a coagularse en las cuencas de sus ojos. 

El funcionario se paró lentamente, y ella notó que era un hombre alto. Más alto que la mayoría, sin duda. 

—La humanidad ha llamado —dijo, con un tono de voz que descendió a casi un susurro. El mundo se había reducido al botón bajo sus dedos. Era suave y rojo. Presionable. 

—¿Va a responder? 


Autor: Spoby 


jueves, 25 de abril de 2013

El precio del conocimiento








Hay cientos de fórmulas y métodos que tratan de cómo funciona el mundo y sus muchos misterios. Matemáticos, filosóficos y científicos; toma los que más te gusten y puede que te sirvan para contestar esos pequeños interrogantes que te hacen recapacitar y replantearte unos minutos. Pero aun no hay una forma para desenmarañar aquellos misterios que realmente remueven la curiosidad humana hasta sus raíces. O por lo menos aun no hay un método “seguro” para hacerlo.

Belcebú no solo es un demonio que goza de masticar los cadáveres putrefactos de aquellos que venden su alma a Satanás. Pasa y resulta que sus miles de años también le han dado gran sabiduría, la cual siempre está dispuesto a compartir con los mortales, claro, si pueden pagarla. 

Si tu curiosidad es tan grande como para que tus dudas te perforen el cerebro por la noche y no te dejen dormir, esta es una solución rápida, pero debo de advertirte que pase lo que pase, siempre saldrás perdiendo. Por supuesto que también hay mucho que ganar, pero la gran interrogante es ¿Cuánto estás dispuesto a perder por el conocimiento? 

Si tu principal preocupación es convocar a Belcebú, que este te engañé y sufrir por nada, puedes estar tranquilo. Pues Belcebú cobra caro porque lo que tiene de sanguinario lo tiene también de honesto. 

Para convocarlo necesitas dos velas - no importa el tamaño, la forma ni el color, solo asegúrate de que puedas ver con la luz de la que te proveerán -, algo con que encenderlas, un espejo de mano de buen tamaño, un cuchillo bien afilado, un martillo y un trozo de carne roja lo suficientemente podrida como para a atraer moscas, puesto estas intentado atraer a la reina de todas. 

Debes de estar completamente solo en una habitación con puertas y ventanas cerradas. Totalmente a oscuras, sentado en el suelo con todos los elementos antes mencionados durante una noche de luna llena, preferentemente a eso de las 3 am., a esa hora la frontera entre este mundo y el otro es más delgada. 

Coloca la carne frente a ti, a poco más de metro y medio, y entre tú y ella, las dos velas con el espejo, el martillo y el cuchillo en medio. 

Toma el martillo y rompe poco menos de la mitad del espejo, muélelo tanto como puedas. Toma el vidrio molido con tu mano hábil y apriétalo con todas tus fuerzas, lo suficiente para que el vidrio se incruste en tu carne y lo suficiente como para que la sangre no se filtre. Mientras, clavas la mirada en el trozo sano de espejo espera. 

Cuando creas que ya pasaron 5 minutos más o menos parpadea lentamente 3 veces y cuando abras lo ojos la tercera vez tu reflejo tendrá las cuencas vacías y te sonreirá levemente. Ahora debes aflojar tu puño derecho y dejar gotear la sangre sobre el espejo hasta que te sea imposible ver tu reflejo. A continuación sopla las velas y quédate quieto con los ojos serrados. 

Escucharas como el aleteo de las moscas que rondan el pedazo de carne se hace cada vez más fuerte, hasta el punto que pasa de ser solo molesto a ensordecedor y tan de repente como comenzó, cesará. 

Felicidades, si llegaste hasta aquí, Belcebú ya está en la misma habitación que tú. 

Escucharás como se acerca a ti, caminando con sus seis delgadas patas al ras del suelo y sube por el brazo con el que sostenías el vidrio molido, hasta pararse en tu hombro. Luego meterá su larga y delgada lengua en tu oído. Él te está probando y no tocará tu ofrenda hasta que termine. No te asustes, el no te hará daño, si considera que no vales la pena solo se irá y se llevará la oreja en la que está hurgando como pago por molestarlo. 

Si pasas su prueba se bajara de ti y se comerá la carne podrida que le ofreciste. 

Debo recordarte que en ningún momento abras lo ojos, sobre todo llegado este punto. Es de mala educación mirar a alguien cuando está comiendo y es una de las cosas que más odia Belcebú. 

Cuando el termine de comer las velas se encenderán solas y te agradecerá por la comida. Es ahora cuando puedes abrir los ojos y trata de mantener la compostura por más desagradable que sea lo que veas. Lo que veras es una copia exacta de ti mismo pero con las cuencas oculares vacías, desnudo y la carne de ese cuerpo en pleno estado de descomposición. Quizá lo siguiente más inquietante sea la mosca del tamaño de un ave pequeña que se posa en el hombro de tu copia. No te confundas ese que estás viendo no es Belcebú tomando tu forma, es tu reflejo y es también la primer cuota que pagar por haberlo convocado. 

Ahora que el primer pago está saldado puedes hacerle todas preguntas que quieras y cuales quieras, el te contestará con certeza y honestidad. Puedes preguntarle donde esta cualquier persona, el significado de la vida e incluso los números de la lotería. Pero cuidado porque con tu reflejo solo pagaste por algunas preguntas y no todas valen lo mismo. 

Él te avisará cuando ya esté saldada la deuda y te ofrecerá más respuestas si las quieres. Pero a diferencia de la vez anterior primero te dará tu respuesta y después te cobrará. ten mucho cuidado porque nunca podrás estar seguro de cuánto vale la respuesta y Belcebú no te lo dirá hasta que cierres el trato y estés obligado a pagar. 

Si decidiste continuar el te pedirá algo después de cada pregunta que le hagas y sin importar que sea dáselo. He aquí cuando entra en juego el cuchillo. Belcebú adora la carne y si aceptó presentarse ante ti es porque, cuando lamió tu oído, le gustó su sabor y lo más probable es que pida un poco de ti para saborear. 

Sea cual sea tu decisión hay tres cosas que serán inevitables. 

La primera es que Belcebú escupirá sangre sobre la tuya derramada sobre el espejo, y con ello hará una piedra ovalada, pequeña y extrañamente bonita, una piedra mermante de sangre. Él te la obsequiará, es como su tarjeta de presentación y de ahora en adelante estas en su lista de clientes permanentemente. Cuando quieras el se aparecerá para sellar otro trato y tal vez también se presente cuando tu no quieras, pero siempre que el se haga presente deberás hacerle una pregunta y dejar que se lleve algo. 

La segunda, es que cada vez que te veas al espejo veras ese tú putrefacto sin ojos, furioso, golpeando el vidrio que los separa, intentando llegar a ti, mientras esa mosca que se apoyaba en su hombro aquella noche, se alimenta de él. Estate tranquilo pues estas fuera del alcance de sus manos, pero no del de sus gritos de dolor, de sus amenazas y de sus llantos. Es algo muy desagradable y vale aclarar que serás el único capaz de ver ese tu reflejado, el resto de las personas no, vera un reflejo normal y corriente. 

Y la tercera y probablemente la peor. Cuando formes tu familia, si no lo has hecho ya, será tuya y como todo lo que te pertenece, y te pertenecerá, figura en el contrato. Él puede reclamarlo como pago la próxima vez que aparezca.

Autor:
CP.

Fuente:



martes, 23 de abril de 2013

“Sangre Nieves” ¿La verdadera historia de Blanca Nieves…?











Liliana esperaba con ansias la llegada de su primogénita esa criatura que tanto habían soñado ella y su esposo Lord Frederick tan segura estaba ella que sería una niña, que todas las noches imaginaba su apariencia hermosa con piel blanca como la nieve, cabellos tan negros como una noche sin luna ni estrellas y labios rojos, tan rojos como la sangre fresca… 

De pronto empezó a sentir un dolor muy agudo en el vientre insoportable e instintivamente llevo sus manos a su vientre mientras se doblaba del dolor y veía como el inmaculado vestido que llevaba puesto empezaba a teñirse de rojo hasta los pies, haciéndola gritar por ayuda. 

Fueron horas de labor y dolor el dar a luz a esa criatura hermosa, tanto así que Liliana ya no sería la misma y su salud decaería día a día. 

Pasaron los meses dentro de un ambiente lleno de calma y alegría mezclado con incertidumbre para Lord Frederick ya que su felicidad no podía ser completa viendo como la belleza, juventud y salud de su amada esposa se consumían rápidamente al pasar de los días mientras que veía a su hermosa hija crecer y empezar a dar sus primeros pasos. 

Pero nadie se daba cuenta que cada vez que amamantaba a su hija era como si la niña le succionara la vida… Al cabo de un año Liliana murió dejando huérfana a su pequeña Lilly y a Lord Frederick con un dolor profundo. 

Cuando Lilly cumplió 8 años se había convertido en una niña hermosa pero malcriada y podría decirse que hasta malvada ya que disfrutaba maltratando a las hijas de los sirvientes, atrapaba ratones para luego ahogarlos en un balde con agua y cazaba aves pequeñas para arrancarles las alas mientras que su mirada se tornaba en algo grotesco y maligno… 

Un día Lord Frederick la mando a llamar para anunciarle que tendría que salir de viaje ya que ir a conocer a la que sería su esposa y la nueva madre de la niña, esto a Lilly no la complació en lo absoluto y solo respondió a la noticia de su padre con una mueca al mismo tiempo que salia corriendo de la habitación, Pasaron los días y la pequeña empeoraba su comportamiento, pasaba horas encerrada en la habitación de su madre frente a un gran espejo cepillando su cabello mientras tenia la mirada perdida en el vació de su reflejo. 

De pronto un día cualquiera desapareció de manera misteriosa la pequeña hija de una de las sirvientas apareciendo su cadáver horas después, completamente envejecido y con la piel oscura como si “algo” le hubiera succionado la vida y a su lado una manzana podrida medio mordida, nadie se explicaba que había sucedido. 

Pasado un tiempo Lord Frederick regresaba a su castillo junto a un séquito de sirvientes y cortesanos al parar el carruaje que lo traía de regreso el bajo y se quedó parado con la mano extendida a la puerta del vehículo tomando la mano de una hermosa mujer para ayudarla a bajar y detrás de ella un hombre apocado y aparentemente con retraso mental cargando una caja de madera, Lord Frederick buscaba a Lilly entre el mar de gente que llagaba a recibirlos una de las sirvientas la llevaba de la mano y la pequeña con la mirada baja y una de sus manos cerrada en un puño. 

Lord Frederick la llamo pero Lilly no respondió y esto lo molesto tanto que quiso levantar le la voz. pero la hermosa mujer a la que aun sostenía de la mano lo contuvo suavemente y se inclinó un poco para saludar a la niña, esta al escuchar su voz la miro extrañada y desafiante aun así la hermosa mujer jamas dejo de sonreír y le pregunto qué era lo que sostenía en su mano, la mirada de Lilly se tornó maliciosa y le pregunto: “¿Quieres Ver?” A lo que la bella mujer le responde que si… 

-Al abrir su mano en la palma de Lilly yacía el cuerpo de un ratón muerto y en vez de ojos, tenía las cuencas llenas de sangre- 

La hermosa mujer no pudo más que mirar, pero jamás perdió la compostura le pregunto a Lilly que si no preferiría cambiarlo por lo que tenía la caja que sostenía el hombre que resultó ser el hermano de la bella mujer Lady Claudia se llamaba, El hombre poso la pequeña caja de madera en los brazos de su hermana y al momento de abrirla se asomó un cachorro, Lilly no pudo más que sonreír y sus ojitos empezaron a brillar con una emoción que su padre jamás antes había visto, se limitó a arrebatar el cachorro de brazos de Lady Claudia y salir corriendo. 

-Al día siguiente se celebraba la boda entre su padre y Lady Claudia pero Lilly jamás dejo la habitación de su madre y lloro amargamente por horas- 

Durante la noche después de haber consumado su unión Lady Claudia y Lord Frederick se encontraban profundamente dormidos, Pero Lady Claudia empezó a sentir como si algo goteara en su cara, se incorporó adormitada en la cama y se pasó los dedos por el rostro… ¡Sangre! era sangre lo que sus dedos limpiaron, miro hacia arriba de su cabeza y ahí estaba el cachorro que le había regalado a Lilly degollado y chorreando sangre profusamente, pero jamás grito solo se limitó a tomar lo que quedaba del cachorro y dejo la habitación para dirigirse a la de Lilly. 

Al entrar se acercó a la cama y despertó a la pequeña con un beso en la frente y al momento de que Lilly abrió los ojos, Lady Claudia solo se limitó a Decirle.- 

-”Es mejor que no me tomes como a tu rival pequeña porque puede que pierdas la guerra” 

Al terminar de decir esto tiro el cadáver del cachorro a los pies de la niña, ella solo la miro partir de la habitación y sonrió aun mas maliciosamente que de costumbre… 

Pasaron los años y las niñas seguían desapareciendo pero ahora no solo eran niñas, si no también mujeres jóvenes y hermosas, para este entonces Lilly ya era una adolescente inteligente y bella aun muchísimo más que su difunta madre, pero con una personalidad cruel y sanguinaria, Su madrastra lady Claudia estaba en la espera de su primer hijo, Lord Frederick organizaba una gran fiesta para celebrar los 16 años de su hermosa primogénita, para esto Lady Claudia ofreció a Lilly el vestido que ella uso cuando cumplió 16 como una muestra de tregua a su pequeña guerra interna, Lilly solo lo tomo y camino hacia la habitación de su madre. 

Esa noche Lilly apareció en la fiesta ataviada con uno de los vestidos de su madre demostrando así el descontento con Lady Claudia y la completa atención de su padre ya que le recordaba a su amada Liliana. 

Lady Claudia se llenó de furia y al no poder contenerse mientras veía bailar a su hijastra y su esposo embelesado, empezó a sentirse mal y el alumbramiento se hizo prematuro, El bebe nació muerto y Lord Frederick quedo devastado una vez más… Pero no se comparaba a la furia y dolor de la madre del bebe muerto que gritaba a todos que la dejaran en paz y llamaba a su hermano mientras una de las sirvientas salia con el cuerpecito del pequeño prematuro, Lilly no pudo más que contener una risa de victoria y maldad… 

-Lady Claudia había suplicado a su hermano que recuperara el cuerpo de su hijo y se lo llevara de regreso a lo que este obedeció y llevo el cuerpo del bebe a su hermana.- 

Después de un tiempo y habiendo perdido su belleza Lady Claudia se encerró en si misma lo que complacía a Lilly, hasta que un día la amargada mujer dejo la habitación para vagar por los pasillos del castillo y llegar a la habitación de Liliana sintió como si una voz la llamara a entrar, ella lo hizo y caminó hasta quedar frente a un espejo inmenso con bordes dorados como brazos inmensos abrazando el espejo. 

Hipnotizada se sentó en el banco junto al espejo y se miró fijamente en el reflejo de este, su cara ya no gozaba de lozanía mucho menos juventud empezó a llorar y gritar que todo era culpa de esa ¡mocosa!, al intentar quebrar el amado espejo de Liliana su reflejo la detuvo en seco este le empezó a hablar como si tuviera vida propia mientras Lady Claudia lo miraba con la boca abierta sintiendo que perdía la Razón, su reflejo le prometía devolverle su juventud y belleza siempre y cuando ella estuviera a hacer pequeños favores para el… 

Al poco tiempo Claudia había rejuvenecido milagrosamente y había vuelto a ser la misma de antes ante la mirada atónita y llena de odio de Lilly, Lady Claudia se sentía triunfadora y se atrevió a enviar a Lilly a un viaje con el pretexto de que necesitaba conocer el mundo más allá de esas cuatro paredes que los rodeaban. Que ya tenía edad suficiente para hacerlo, le pidió a su hermano que la acompañara en el viaje y se asegurara de que Lilly sufriera un “accidente” y muriera en el camino. 

Mientras tanto Lady Claudia se encargaría de vengarse de su amado esposo debido a que siempre prefirió a su hija por sobre ella, tiempo después llegaron las fatídicas noticias de que tanto Lilly como su hermano habían desaparecido y no había rastro de ellos… Aunque esto devasto aún más a Lord Frederick para Claudia no significo nada y siguió envenenando a su esposo poco a poco y llenándolo de dolor, queriendo dejarlo como un despojo humano… 

Lady Claudia pasaba horas frente al espejo admirando su belleza y extrañamente cantando canciones de cuna, los sirvientes empezaron a dejar el castillo por temor a seguir perdiendo a sus hijas, ya que las desapariciones no cesaban y se habían hecho aún más frecuentes siempre encontrando los cadáveres con una manzana podrida a su lado… Varios días y noches pasaron Lady Claudia disfrutaba torturando a Lord Frederick y este ya había perdido completamente su espíritu, vagaba por el castillo llorando y buscando desesperado a Lilly pero ella no contestaba su llamado. 

Pero todo seria distinto esa noche ya que el ambiente en el castillo era más tétrico que de costumbre la primera nevada cesaba y esa noche se iría el último de los sirvientes… Lady Claudia paseaba por la habitación que era de Liliana llevando en brazos un pequeño bulto tarareando una y otra vez la misma tonada con la mirada perdida… 

Cuando de repente se escucharon gritos a la entrada del castillo Lady Claudia poso el bulto en la cama para asomarse por la ventana de la habitación, era uno de los guardias había sido degollado y desollado mientras que los demás salían despavoridos como si una jauría los atacara, eran 7 hombres corpulentos pero a la vez deformes aullando y carcajeándose de placer mientras desgarraban a los guardias uno a uno con sus propias ¡manos y dientes! La sangre que brotaba de sus víctimas manchaba sus rostros y caía impúdica sobre la blanca nieve… 

Lady Claudia se aterrorizo y quiso correr a asegurar las puertas de la habitación pero ya era demasiado tarde, una figura se asomaba a la puerta sonriendo tan maliciosamente como siempre era ella Lilly y ¡estaba viva! uno de sus brazos escondía algo detrás de la espalda Lady Claudia preguntaba ¿Que como es que había sobrevivido? Lilly solo se limitaba a sonreír. 

Lady Claudia la miraba con horror y con curiosidad a lo que Lilly inquirió con una mirada cínica y llena de odio. 

-¿Quieres ver que es lo que oculto a mi espaldas? 

Lady Claudia solo movió la cabeza al mismo tiempo que sus ojos se desorbitaban. 

-¡Era la cabeza de su hermano! 

Había sido cercenada y mutilada, sus ojos ahora eran unas cuencas vacías y su boca abierta no era mas que un agujero sin dientes ni lengua solo una masa de carne y sangre coagulada y mal oliente. 

Lady Claudia grito e intento huir pero Lilly fue aún más rápida que ella y la golpeo lanzando la cabeza de su hermano haciéndola tropezar y caer con su pesado y largo vestido, Lilly empezó a reír de una manera psicótica y descontrolada al mismo tiempo que caminaba hacia su madrastra, tomándola por los cabellos y llevándola hacia la ventana obligándola a ver la orgía de sangre que practicaban los 7 hombres a las puertas del castillo viendo como destrozaban los cuerpos sus víctimas y mascaban la carne cruda que arrancaban con sus dientes, se escuchaba como crujía la carne entre sus mandíbulas. 

Lady Claudia no cesaba de gritar y patalear e intentaba liberarse de la mano de Lilly mientras la hermosa y psicópata joven gozaba del sangriento espectáculo. 

Un leve y débil llanto se dejó escuchar entre las cuatro paredes lo que llamo la atención de Lilly y lleno de pánico a Lady Claudia, Lilly soltó a su presa lanzándola sobre la pared y dejándola semiinconsciente dirigiéndose así hacia la cama y destapando el pequeño bulto que tanto atesoraba Lady Claudia, con una sonrisa retorcida recogió el bulto y se encamino al espejo que pertenecía a su madre extendiendo los brazos hacia el espejo mirándolo con recelo… 

- “Espejo espejo en la pared” ¿Veo que te has divertido en mi ausencia verdad? 

Dijo Lilly con reproche hacia su reflejo, pero poco duro su trance ya que un dolor agudo y punzante atravesó su pecho por la espalda… 

Lady Claudia había apuñalado a Lilly justo en el centro del corazón Lilly bajo la mirada hacia su pecho y no pudo más que sonreír y caminar hacia adelante sacando así su cuerpo del filo del puñal, giró su cuerpo y miro fijamente a Lady Claudia burlándose del acto desesperado por deshacerse de ella… 

El reflejo de Lilly ardió en llamas azules y empezó a cambiar ante los ojos atónitos de Lady Claudia, La forma que tomo el reflejo fue el de un demonio de piel pálida como la blanca nieve de ojos negros profundos como la noche, una sonrisa retorcida y tan roja como la sangre fresca… 

EPILOGO 

Años después se celebraba en el castillo la boda de Lilly y un Lord de tierras vecinas, el padre de Lilly se había desvanecido así como Lady Claudia, las desapariciones habían cesado desde hacía algunos años y todo empezaba a prosperar otra vez en el castillo, todo parecía haber sido olvidado y parecía que la felicidad florecía una vez más en las esas tierras, Lilly estaba esperando a su primogénito y se le veía caminar feliz por los pasillos del castillo con algo entre sus manos, hasta que se detuvo en la que fuera la recamara de su madre que había sido sellada años atrás… 

Abrió Lilly las puertas y camino hacia el espejo una vez más. 

-”Espejo, espejo sobre la pared no te podrás quejar ya tienes compañía y pronto tendrás un heredero más que te alimentara…” 

Dijo esto mirando directamente hacia el espejo mostrando al demonio sonriendo complacido y al fondo del reflejo a los 7 hombres torturando a Lady Claudia y a Lord Frederick, Lilly entonces arrojo lo que tenía entre las manos hacia un rincón de la habitación y una pequeña criatura salió de entre las sombras para devorar el cuerpo de un ratón ante la sonrisa malévola de la hermosa futura madre… 

Autor:
BloodyHeart.


lunes, 22 de abril de 2013

Mi nuevo amigo

Es muy común que los chicos de ahora lleven vidas muy agitadas y estresantes a causa de los padres, quienes tienen que mudarse constantemente porque consiguieron un mejor trabajo, porque ya no les gustó la casa… etc. 

Andy llevaba este estilo de vida. Ser un chico que vivía bajo la tutela de padres itinerantes había provocado en él ciertos aspectos antisociales por el hecho de no poder llevar una vida de adolescente normal. 

Era muy común verlo encerrado en su cuarto y pasar horas frente al ordenador navegando en sitios de videochat de ruleta como Chatroulette u Omegle. Ya que ésa era la única forma en que podía hacer alguna amistad estable sin el temor de que mamá y papá decidieran que el día de mañana tenían que mudarse de nuevo. 

Una noche nada especial, cuando ya sus padres se encontraban en cama y todas las luces de su casa estaban apagadas, Andy, como muchas de sus noches, se encontraba pasando el rato en el chat de ruleta tratando de hacer nuevos amigos a quienes agregar a su corta lista de Facebook, pero como muchas de sus noches se encontró nuevamente cara a cara con la desilusión de no haber podido hacer ninguna nueva amistad. 

Navegó por el sitio durante horas. Sus ojos se encontraban fatigados y una espesa niebla nublaba su vista, víctima de mirar fijamente a la pantalla brillante del ordenador por horas, así que se rindió. 

“Ya probaré suerte mañana”, se decía. 

Pero no fue hasta el preciso momento en que decidió apagar el ordenador cuando la siguiente persona aleatoria que encontró resultó ser “una niñita de tan sólo quince años”, de nombre “Jenny”, según sus datos de presentación. Dany dudó en saludarla porque pensaba que sería como muchas de las chicas que lo ven y sólo pasan de él. Pero le sorprendió el hecho que la supuesta “niña” no lo hiciera y más le sorprendió el hecho de que antes de siquiera poder reaccionar para saludarla, la chica comenzó a escribir mensaje tras mensaje en la pantalla. 

“Holaa!”, “Ay alguien ahí?!”, “por favor!, estás ahí?”. 

La primera reacción de Dany fue la de dudar si en realidad se trataba de una chica, porque el recuadro en donde se suponía que debía de aparecer la webcam de aquella niña estaba totalmente en negro. 

“Tal vez tiene su cámara tapada o cubierta con algo”, pensó. 

Dany apresuradamente le contestó con un cordial saludo con la esperanza de hacer una nueva amiguita… Pero lo siguiente que la niña le respondió no fue precisamente la respuesta que él esperaba. 

“olaa, por favor… necesito ayuda!!”, “por favor, no pases de mí”, “ayúdame!!”. 

Como cualquier otro niño de su edad comenzó a sentir algo de miedo. Y es que era sobrenatural la forma en que la chica escribía mensaje tras mensaje, como si sus respuestas ya las tuviera preparadas para sólo copiar y pegar. Se consoló con la idea de pensar que tal vez se trataba de una broma, porque no era la primera vez que trataban de jugarle una. 

Así que se calmó, y calmadamente preguntó a la chica si le estaba hablando en serio o si sólo se trataba de una mala broma. 

Pero en cuanto su dedo índice apretó la tecla “Enter”, juraría que la chica tardó medio segundo, tal vez menos, en escribir mensaje tras mensaje en la pantalla. 

“NOO!!”, “por favor…”, “noo es ninguna broma!!”, “por favor ayúdame”, “estoy en problemas!!”. 

El suspenso en Dany comenzó a acrecentarse, comenzó a sentir esa espina de no saber qué hacer, dudaba que se tratara de una broma pero también dudaba que le estuviera hablando en serio. Sabía que debía apagar el ordenador e irse a dormir pero era la curiosidad y el sentimiento de culpa que lo retenían en el computador. Se detuvo para pensar un momento, se apretujó y sacudió las manos para tratar de calmar los espasmos que comenzaron a agravarse en ambas manos. Y sin muchas esperanzas insistió nuevamente. 

“Dime la verdad… es esto una broma??”. 

Dany esperaba que el siguiente mensaje de la chica fuera el de reconocerle que le estaba tratando de jugar una broma. Pero… la respuesta de la joven no fue muy distinta a sus anteriores mensajes. 

“créeme!!”, “esto no es una broma”, “tienes que ayudarme”, “por favor!!”, “AYUDAME!!”. 

Comenzó a creer más en sus palabras, ya que no sonaba como alguien que estuviera tratando de jugarle una broma, y eso lo asustaba más de lo que ya estaba, el hecho de que en realidad se tratara de una chica en peligro. Dudaba demasiado que pudiera hacer algo encontrándose tan lejos el uno del otro… o al menos eso es lo que pensó. 

Aunque inseguro, escribió a la joven que creía en sus palabras, y preguntó qué era lo que podía hacer, en qué quería que la ayudara. Y como era de esperarse la chica respondió en cuestión de milésimas. 

“AYUDAMEE!!”, “por favor..”, “aquí está muy oscuro”, “ayúdame a encontrar la salida…”, “PORFAVOR!”, “SACAME DE AQUI!!”. 

“Pero que hago!? Qué hago!? Dime como te ayudó?…”. 

“ayúdame a salir de aquí..”, “no sé dónde estoy…”, “Por favor haz algo!!”. 

Dany sintió la impotencia de no saber qué hacer, se sintió como un niño pequeño esperando a que mamá y papá se encarguen del asunto. No tenía un hermano mayor al cual pedirle su ayuda y sabía que si acudía a sus padres antes que ayudarlo lo regañarían por haberlos despertado tan tarde. Mareos y dolor de cabeza comenzaron a acecharlo en su desesperación. Pasó alrededor de un minuto cuando Dany logró calmarse, colocó nuevamente sus dedos en el teclado y sin muchas esperanzas preguntó de nuevo a la joven. 

“Por favor, dame más detalles. Dime qué hacer… Quieres que llame a la policía o a alguien? Dame más detalles… dime cómo que te ayudo!!”. 

Con esto último escrito, tal parece que dejó pensando a la chica, ya que esta vez no le contestó tan apresuradamente como en veces anteriores. Cinco minutos después Dany aún estaba en suspenso, se había quedado inmóvil esperando el mensaje de la chica; pero no sucedida nada, hasta que la barra al margen de la página que indica que el usuario está escribiendo un mensaje comenzó a parpadear, y así estuvo parpadeando por alrededor de dos minutos hasta que en la pantalla apreció el siguiente mensaje. 

“Si de verdad me quieres ayudar necesito que enciendas las luces de tu cuarto”. 

Dany sintió un terror premonitorio, como cuando caminas por un callejón en la oscuridad de la noche y sientes que va a salir alguien y te va a tratar de hacer daño; ese mismo sentimiento se clavó en la espina dorsal del chico. 

“Pero para qué?”, “En que te puede ayudar eso?”, preguntó, y con justa razón. Pero la chica sólo le decía que lo hiciera y que no preguntara, que necesitaba ver mejor su habitación. 

Y tras varios mensajes de súplica por parte de la chica, Dany cedió a la petición, a pesar de que todo su ser le decía que apagara el ordenador y se fuera a la cama. El sentido de la culpa pudo más que su propio juicio. 

Se levantó de su silla y con la poca luz que emitía la pantalla del ordenador se acercó lentamente hacia el interruptor de su cuarto. Era la primera vez en su vida que sentía temor de encender la luces, a cierta edad a uno le daría miedo apagarlas, así que no lo pensó dos veces y simplemente las encendió. 

Pero no había nada, no había un sólo cambio en su habitación, no fue hasta que se acercó a la pantalla del ordenador cuando el verdadero horror se hizo presente, y es que… la cámara web de la niña ya no estaba totalmente en negro, ahora estaba transmitiendo, pero no era una imagen de la supuesta niña, era una imagen de Dany, él se estaba viendo dos veces en el monitor. 

Había algo extraño en la segunda cámara: la pared que estaba detrás de él era completamente distinta a la de su cuarto, en ella había un puerta negra, pero una puerta muy desgastada, como si alguien la hubiese martillado varias veces. 

Se congelo frente al monitor, quería llorar, gritar, salir corriendo y no saber más nada, pero su cuerpo no reaccionaba, y no fue hasta el siguiente mensaje de la chica cuando no pudo resistirlo más. 

“Por favor… abre la puerta, ayúdame. Estoy atrapada aquí”. 

Dany volteó la cabeza pero no había nada, pasó su mirada de nuevo a la pantalla y la puerta seguía ahí, y la chica seguía insistiendo en que la abriera y la dejara libre. 

No aguantó más, cerró su ordenador de un portazo y como un niño pequeño corrió hacia la habitación de sus padres y se metió en su cama. Extrañados le preguntaron qué era lo que pasaba, pero Dany sólo se limitó a decirles que había visto algo tenebroso en internet, y que quería dormir con ellos. 

Después de eso nunca volvió a visitar esos sitios ni siquiera con amigos. De hecho, su uso del ordenador cada vez era menos frecuente. Con el pasar de los meses sus padres eventualmente tuvieron que mudarse, pero esta vez la idea de irse no lo incomodó  en lo absoluto. 

Hasta ahora, Dany se sigue preguntado qué hubiese pasado si hubiese abierto esa puerta. Y si esa niña sigue ahí dentro, atrapada. 



domingo, 21 de abril de 2013

Luna Pálida








En la última década y media se ha vuelto infinitamente más fácil obtener exactamente lo que se busca con sólo un par de tecleos. Internet ha simplificado demasiado el uso de un ordenador para cambiar la realidad. Un vergel de información está a sólo un motor de búsqueda de distancia, hasta el punto de que es difícil imaginar una vida diferente.


Sin embargo, hace una generación, cuando las palabras Streaming y Torrent no tenían sentido salvo en conversaciones sobre agua, la gente se veía cara a cara para formar grupos de intercambio de software, cambiando aplicaciones y juegos en diskettes de 5″1/4.

Por supuesto, la mayoría de encuentros eran un medio para que los individuos hicieran intercambios frugales entre ellos de juegos como King’s Quest o Maniac Mansion. Sin embargo, una serie de talentos nacientes de la programación diseñaron juegos para distribuirlos entre sus círculos de contactos, que a su vez los irían pasando hasta que, si eran lo bastante divertido y estaban bien diseñados, un juego independiente acababa encontrando un lugar en las colecciones de aficionados de todo el país. Pensad en ello como el equivalente a los vídeos virales en los años 80.

Luna Pálida, por otra parte, nunca salió del área de la bahía de San Francisco. Todas las copias conocidas se han perdido hace tiempo, todos los ordenadores que lo ejecutaron se encuentran enterrados bajo capas de basura y poliestireno. Este hecho se atribuye a un número de abstrusas decisiones de diseño tomadas por su programador.

Luna Pálida era una aventura textual al estilo de Zork and the Lurking horror, en una época en la que este género estaba quedando pasado de moda. Una vez ejecutado el programa, el jugador se encontraba con una pantalla completamente vacía, con la excepción del texto:

- Estás en una habitación oscura. El brillo de la luna entra por la ventana.
- Hay ORO en la esquina, junto a una PALA y una CUERDA.
- Hay una PUERTA al ESTE.
- ¿Comandos?

Así empezaba el juego que el escritor de un fanzine perdido hace tiempo describía como “enigmático, sin sentido y completamente injugable” Los únicos comandos que el juego aceptaría eran COGER ORO, COGER PALA, COGER CUERDA y IR ESTE, y el jugador se encontraba después con lo siguiente:

- Cosecha tu recompensa
-LUNA PÁLIDA TE SONRÍE
- Estás en el bosque. Hay caminos al ESTE, NORTE y OESTE
- ¿Comandos?

Lo que enfureció rápidamente a los pocos que lo jugaron era la naturaleza confusa y llena de fallos de la segunda pantalla – sólo una de las direcciones era la correcta. Por ejemplo, en esta ocasión, un comando para ir a cualquier dirección que no fuera NORTE llevaría al bloqueo del sistema, obligando a reiniciar el ordenador entero.

Más allá, las pantallas subsiguientes parecían limitarse a repetir el texto, con la única diferencia de las direcciones disponibles. Peor aún, los comandos habituales de las aventuras textuales parecían ser inútiles. El único comando no relacionado con el movimiento aceptado era USAR ORO, lo que provocaba que el juego mostrara el siguiente mensaje:

- Aquí no.
USAR PALA, lo que mostraba:
- Ahora no.
Y USAR CUERDA, que escribía:
- Ya has usado eso.

La mayoría de los que lo jugaron superaban un par de pantallas antes de hartarse de reiniciar su ordenador y tiraban el disco por ahí, describiendo la experiencia como una farsa chapuceramente programada. Sin embargo, hay una verdad universal sobre los ordenadores, sin importar la época: Algunos de sus usuarios tienen demasiado tiempo libre en sus manos.

Un joven llamado Michael Nevins decidió ver si había más en Luna Pálida de lo que se veía a simple vista. Cinco horas y treinta y tres pantallas superadas a base de ensayo y error y desenchufes después, finalmente consiguió llegar a una pantalla que mostraba un texto diferente:

- LUNA PÁLIDA SONRÍE AMPLIAMENTE
- No hay caminos
- LUNA PÁLIDA SONRÍE AMPLIAMENTE
- El suelo es blando
- LUNA PÁLIDA SONRÍE AMPLIAMENTE
- Aquí
- ¿Comandos?
Pasó otra hora hasta que Nevins dio con la combinación de comandos correcta que le permitió avanzar aún más; CAVAR HOYO, TIRAR ORO y LLENAR HOYO. Esto hizo que la pantalla mostrara:

—— 40.24248 ——
—— -121.4434 ——

Momento en el que el juego dejó de aceptar comandos, obligando a reiniciar el ordenador una vez más.
Después de mucha deliberación, Nevins llegó a la conclusión de que los números hacían referencia a líneas de latitud y longitud – las coordenadas llevaban a un punto en el bosque salvaje que dominaba el cercano Parque Volcánico Lassen. Ya que poseía mucho más tiempo libre que sentido común, Nevins estaba deseando ver a Luna Pálida por su final.

Al día siguiente, armado con un mapa, una brújula y una pala, navegó por los caminos del parque, observando impresionado que cada giro correspondía con los que había tomado en el juego. Pese a que al principio se arrepintió de cargar con la herramienta de cavar, la similitud del camino no hizo más que confirmar que su viaje terminaría con él cara a cara con el tesoro enterrado del excéntrico programador.

Sin aliento después de la complicada lucha con las coordenadas, se encontró agradablemente sorprendido dando tumbos por un camino de polvo suelto. Cavando tan emocionadamente como él lo hacía, sería comprensible decir que se sorprendió mucho cuando sus pesados golpes desenterraron la cabeza en avanzado estado de descomposición de una niña de cabello rubio.

Nevin informó rápidamente a las autoridades. La chica fue identificada como Karen Paulsen, de 11 años, cuya desaparición fue denunciada un año y medio atrás al Departamento de Policía de San Diego.
Se llevó a cabo una investigación para encontrar al programador de Luna Pálida, pero el área gris y anónima en que los círculos de intercambio de software operaban llevó irremediablemente a multitud de caminos sin salida.

Se sabe que los coleccionistas han ofrecido verdaderas fortunas por una copia de Luna Pálida.
El resto del cuerpo de Karen nunca fue encontrado.


Autor: saki243.