Sé que es difícil creer en algo cuando no se tienen pruebas,
sobre todo si se trata de un asunto en el que los hechos parecen fragmentos de
una historia de terror. Sin embargo, debo compartir esto con el mundo; todos
deben conocer los peligros que acechan a los cibernautas curiosos y ávidos de
nuevas experiencias, todos deben saber las consecuencias de tomar una decisión
sin reflexionar. Hago esto con la finalidad de prevenirlos.
Soy una persona cuya vida ha estado plagada de vicios.
Siendo relativamente joven, puedo jactarme de haber probado casi todo, desde
alcohol y drogas hasta extrañas prácticas sexuales y experiencias
«extracorporales». Pero llega un momento en el que termina el encanto, la
novedad de lo desconocido, y por tanto pierde su efecto. Arribar a la cumbre
del vicio y darte cuenta de que, aun mezclando sustancias, no existe más que
una efímera sensación cuya experimentación se vuelve una aburrida rutina, es lo
más decepcionante del mundo. Ahora creo que es mejor quedarse en los límites de
lo conocido y no ahondar en cosas que podrían destruir la mente.
Hace dos o tres años, no recuerdo, comencé con los sonidos
binaurales. Primero probé lo básico como el I-Doser, después busqué otros
que me brindaran experiencias más «fuertes». Fue así como encontré diversos
tipos de frecuencias en la web normal y la profunda, todos con una extensa gama
de sensaciones las cuales no tardé en agotar. En sólo unos meses había
experimentado en su totalidad las sensaciones que esos audios ofrecían.
Hace unas semanas que revisaba mi correo electrónico,
encontré en la bandeja de entrada un mensaje de un tal «James Webber» con el
asunto «Nueva dosis que debes escuchar». Creyendo que se trataba de spam,
eliminé el mensaje sin verificar su contenido. Repentinamente, ese sujeto
«James» me envió un mensaje instantáneo (lo cual me sorprendió, pues no lo
tenía como contacto), preguntándome si no tenía curiosidad de probar aquella
dosis. En otra ocasión hubiera bloqueado a aquel individuo e ignorado su
oferta, pero encontré divertido su intento por venderme algo que no era novedad
para mí. Le respondí cuestionándolo acerca de «lo nuevo» del audio, y mencioné
que ya había escuchado todo tipo de frecuencias. «No como esto», repuso. Al
momento, envió un link que dirigía a un servidor ruso de almacenamientos de
archivos: «Te ofrezco una dosis gratis para que lo compruebes».
Pensé en terminar con el asunto. Lo más probable era que el
archivo fuera un virus y aquel sujeto alguien que buscaba perjudicarme. Pero,
como si hubiera leído mis pensamientos, envió otro mensaje, «Puedes confiar en
que todo estará bien. Pertenezco a un colectivo que apenas está comenzando y
necesitamos apoyo para seguir. Si no te gusta, no volveremos a molestarte».
Dudando y con cautela, hice click. El archivo para descargar estaba comprimido
en formato RAR y su nombre era muy extraño, tenía más de veinte letras y
números que parecían haber sido elegidos al azar. O quizás no. Terminó de
descargarse en menos de un minuto y lo abrí para comprobar que no corriera peligro.
En el archivo comprimido había una carpeta de nombre semejante al anterior, y
dentro, un audio titulado «CeaseToExist.mp3» con un .txt que decía
«Instrucciones». Descomprimí ambos archivos y leí las instrucciones. Al
escucharlo, tenía que estar acostado bocabajo con los ojos vendados, el audio a
tope, usar audífonos. Aunque la última indicación me llamó especialmente la
atención: «Concentrarse en el audio hasta llegar al borde del sueño. Cuando
esté a punto de dormir, cambiar su posición a boca arriba». La nota terminaba
ahí. Sin más, decidí hacerlo… No tenía realmente nada que perder. Coloqué la
pista en el reproductor e hice todo lo que indicaba la nota. Sin ver su
duración, presioné play.
En un inicio la pieza no presentaba nada fuera de lo común;
abría con un ruido parecido a la estática de un televisor, típico en la mayoría
de los audios de este tipo. Luego de unos momentos, el ruido comenzó a
disminuir mientras un débil tañido de campanas se apreciaba al fondo. Aquel
sonido aumentó gradualmente, y fue alentándose hasta que se convirtió en una
sencilla melodía. Distinguí algunos repiques más graves que otros, y prestando
más atención me di cuenta de que eran tres notas musicales, do, re, fa, do, re,
fa… Ese simple arreglo parecía un trozo de una melodía de cuna, tan agradable
que me abstraje en aquellas y dejé de escuchar el molesto ruido del fondo. Los
armoniosos acordes provocaron que comenzara a dormitar y estaba por abandonar
mi estado de conciencia cuando el recuerdo de las indicaciones me cruzó la
mente como un rayo: tenía que cambiar mi posición. Con pesadez, giré lentamente
mi cuerpo, desde el torso hasta los pies, de modo que mi cara quedó frente al
cielo. Los sonidos continuaban deleitando mi oído, mi respiración era cada vez
más pesada y mi corazón latía con igual lentitud; me encontraba relajado como
nunca en mi vida. Después de unos segundos comencé a sentir cómo se iba
elevando mi cuerpo. Sentí que flotaba en el espacio… un efecto similar produce
la dosis Zero Gravity, pero no en la magnitud en que yo percibí aquella
levitación. Dejé que las ondas sonoras continuaran haciendo su trabajo sobre mi
cerebro mientras los tañidos comenzaban a perder intensidad. Mi respiración
apenas era perceptible, mis terminaciones nerviosas disfrutaban de una suavidad
incomparable, parecía que mi cuerpo reposaba en una nube tan tersa como ninguna
otra. Mis labios se movieron para formar una sonrisa en señal de alegría por
tan apacible ambiente. No quería que todo terminara abruptamente, volver a
enfrentarme a una vida tan insulsa y carente de sentido… no quería cambiar el
Edén por la abyecta Tierra que no tenía nada más para ofrecerme que decepciones
y tristeza. Intenté abrir mis ojos, pero fui incapaz de hacerlo —me encontraba
tan extremadamente sosegado que, de no haber sido por aquel débil y mecánico
golpeteo que se escuchaba en mi pecho, hubiera asegurado que estaba muerto—. Al
igual que mis párpados, el resto de mis miembros continuaban sumergidos en el
trance, inertes por voluntad propia, inconexos con mi mente y pensamientos.
Aspiré profundamente y, mientras exhalaba el poco aire que hizo su camino a mis
pulmones, mis piernas comenzaron a tener pequeños episodios de espasmos
musculares. De igual manera los músculos de mis brazos se contrajeron
involuntariamente a la vez que la temperatura de mi cuerpo empezó a elevarse;
al parecer no todo se trataba de armonía y felicidad. Mi frecuencia cardíaca se
aceleraba gradualmente, el zumbido se acrecentaba a cada centímetro que
descendía. Al cabo de unos momentos se volvió insoportable para mis tímpanos,
tan intenso que aún no entiendo por qué éstos no reventaron al percibirlo.
Intenté mover mis miembros: no podía siquiera abrir los párpados. Mi cuerpo se
encontraba tenso, inerte, totalmente rígido y con un dolor agudo, sobre todo en
las muñecas y tobillos, un malestar parecido al que experimenta una persona que
padece artritis.
Quería gritar, pero mis labios no respondían a la orden de
mi cerebro ni mi garganta producía sonido alguno, como si mis cuerdas bucales
hubieran sido arrancadas de su lugar. Me estaba ahogando por la opresión
incesante sobre mis pulmones, me estaba literalmente evaporado debido al
infernal calor que abrasaba mi piel, mi corazón latía con tal ímpetu que las
palpitaciones parecían auténticos puñetazos, como si mi órgano hubiera
intentado quebrar el esternón y las costillas para huir del pandemónium en que
se había transformado mi cuerpo. Una lágrima se escapó de uno de mis ojos y
resbaló lentamente por mi rostro —mi piel ardía intensamente por donde había
pasado, como si hubieran vertido una gota de ácido sobre mi cara—. La presión
se extendió por todo mi cuerpo, ahincando en mi cabeza, pues mis párpados
comenzaban a abrirse debido a que mis globos oculares estaban a punto de
salirse de su órbita.
No podía soportar más, había traspasado los límites de la
resistencia humana, había cruzado los extremos del sufrimiento, llegado a un
punto en el que no sabía si continuaba vivo o me encontraba agonizando en los
confines del Infierno. Lo último que escuché, fue el intento de mis pulmones
por introducir aire fresco, esforzándose desesperadamente por conseguir un poco
de sustento.
Exploté. O al menos, eso creí cuando recobré conciencia de
mi ser. Afortunadamente, todo había cesado. La presión, el ardor, el dolor…
todo lo que me había atormentado, se había ido. Sí, todo había desaparecido,
inclusive mi cuerpo; no sentía mis piernas ni mis brazos, tampoco mis oídos y
ojos. No escuchaba mi respiración ni los latidos de mi corazón, en realidad, no
sabía si estaba escuchando, viendo, tocando, oliendo, saboreando o haciendo
todo eso al mismo tiempo. Es casi imposible describir lo que pasé… lo que pasé ahí,
es muy difícil comprender, incluso para mí, cómo yo era absolutamente nada en
el infinito vacío… Como si hubieran encerrado a mi mente en una región sin
límites ni extensión. Al principio, lo único que, podría decirse, “percibía”
eran unas figuras amorfas las cuales seguían a mis pensamientos. Me concentré
en una de ellas, era una especie de círculo deformado. Era gris, un gris tan
opaco que no soportaba, así que lo imaginé verde. Y verde fue. Las otras
figuras aparecían y desaparecían, dependiendo de la atención que les brindaba.
Todo lo que existía y estaba era directamente proporcional a la medida en que
yo lo creía; podía creer en un círculo rectangular y ante mí surgía la figura
impensable e ilógica, en una gama de colores inconcebibles para la imaginación
humana. Tuve más de cinco sentidos, inventé sentidos para percibir mis propias
creaciones. Hice todo en un momento, el último momento que recuerdo, pues lo
que siguió a ese lapso fue tan extraño que mi mente colapsó en medio de la
confusión. En ese fragmento, creí haber conocido la esencia de Dios… Lo que
prosiguió a este episodio quedará encerrado en mi memoria hasta el día de mi
muerte. Me tomó algo de tiempo y mucho esfuerzo rememorar cómo había vuelto del
caos. Recuerdo vagamente el sonido de un golpe, como si algo pesado hubiera
caído al suelo, lo cual atrajo mi atención en ese instante. Estaba recobrando consciencia
de mis sentidos, recuperando la lucidez que había extraviado. Escuché entonces
otro sonido similar al anterior y de la misma manera sobrevinieron más, como si
alguien hubiera golpeado un tambor repetidas veces para ayudarme a salir de la
locura. El golpeteo fue acelerando de manera paulatina hasta formar una especie
de ritmo. Mientras aquella salvación auxiliaba a mis sentidos para encontrar
algo de coherencia, un intenso resplandor surgido de la nada irrumpió en el
escenario, lacerando mi vista y aclarando mi mente. La luminiscencia aumentó al
grado que, instintivamente, los bordes de mis labios se separaron para proferir
un grito desde el fondo de mi garganta, debido al ardor que me provocaba. Mis
ojos comenzaron a distinguir una forma borrosa de color negro, que poco a poco
fue transformándose en un objeto concreto: una lámpara de techo. Al momento de
reconocer aquella figura mi garganta cesó de gritar y aspiré una bocanada de
aire, con tanta desesperación, que parecía haber sido la primera vez que
respiraba. Me incorporé violentamente; mi corazón, que me había salvado de la
locura, latía con frecuencia excesiva, mi cuerpo estaba empapado en sudor y
temblaba incontrolablemente. Cerré mis párpados e intenté regular mi frecuencia cardíaca y respiratoria. Después de unos momentos logré apaciguar un poco a mi
corazón y pulmones, abrí los ojos y pude discernir mucho mejor los objetos y
colores. Con lentitud, bajé mis pies e intenté pararme pero mis lánguidas
piernas fueron incapaces de sostener el resto del cuerpo. Caí de bruces y con
mucho dolor me arrastré hasta el baño, y apoyándome en el lavamanos, logré
ponerme de pie y me recargué en él para evitar otra caída. Aún estaba temblando
y jadeando, tuvieron que pasar varios minutos antes de que pudiera ejercer
control sobre mis movimientos y horas para recuperar la calma en totalidad.
Cuando recobré fuerza, elevé mi vista al espejo y observé detenidamente mi
rostro: en mis facciones aún estaba dibujado un gesto de estupor y
desconcierto, mi piel estaba pálida, gruesas gotas de sudor corrían por mis
pómulos y frente, las pupilas de mis ojos se encontraban dilatadas. En ese
momento supe que nunca volvería a ser el mismo de antes, jamás podría vivir en
tranquilidad ni tener un momento de paz por lo que me restara de vida. Estuve
contemplando mi cara por un tiempo, hasta que mi cuerpo dejó de tambalearse. Me
enjuagué el rostro, salí del baño un poco aturdido y fui directamente a la
habitación. Mi laptop, la única testigo de la horrible vivencia que acababa de pasar,
se encontraba hibernando.
Dormí poco esa noche, no podía conservar la calma, ni
siquiera en mis sueños. Lo primero que hice la mañana siguiente fue abrir la
laptop. Verifiqué la duración de la pista en el reproductor de multimedia y
gran sorpresa me llevé cuando noté que, lo que me había parecido una eternidad,
no duraba más de cinco minutos. Cerré la aplicación y eliminé el archivo de
audio. El navegador también se encontraba abierto, maximicé la aplicación y
estuve a punto de cerrarla cuando vi una notificación de un mensaje instantáneo
de la persona que me había proporcionado el audio, preguntando si había
disfrutado la experiencia y si estaba dispuesto a probar la versión completa.
Me sorprendí al ver tal invitación; respondí que no estaba interesado, que
tenía suficiente para toda una vida con lo que había experimentado. Sin
embargo, él continuo insistiendo, por lo que yo, enojado, le escribí: “¡No
compraré su maldita mierda!”, a lo que repuso: “No queremos venderte nada. Lo
que nos interesa es analizar los efectos, estudiarlos. Si aceptas nuestra
invitación, te haremos algunas pruebas inocuas como, por ejemplo, resonancias
magnéticas, y a cambio tú podrás experimentar toda una galería de sensaciones y
estados que ni siquiera imaginas…”. Tal respuesta me hizo enfadar más, pensé
que todo eso era o una muy bien elaborada estrategia de mercadotecnia o un
simple troll que estaba jugando conmigo. Decidí continuar la conversación, pues
era demasiado orgulloso para permitir que “alguien” me humillara de esa manera.
Como respuesta a su oferta, respondí: “¿Me creen estúpido, o qué? Ya dejé en
claro que no me interesa en absoluto nada que tenga que ver con esa porquería.
Si lo que quieren es vender la maldita cosa, busquen a otro que crea en sus
pendejadas”. De lo único que me arrepiento en la vida, es no haber cerrado la
ventana en ese momento; sabía que tenía que hacerlo, era en vano discutir con
un imbécil que sólo escribía estupideces. No obstante, la curiosidad me incitó
a ver su respuesta, mi maldita curiosidad momentánea provocó lo que hasta el
día de hoy me causa recurrentes pesadillas. La contestación que recibí por
parte del sujeto, me dejó tan atónito, que fui incapaz de responder al momento:
“Te conocemos Joel. Sabemos en dónde vives, en donde
trabajas, tus hábitos, tu historial médico y antecedentes penales. Sabemos de
tus adicciones pasadas, los problemas legales que has tenido por el consumo de
drogas, la asombrosa capacidad de tu cuerpo para asimilar las sustancias y no
mermarse con el tiempo. Te hemos estado observando; conocemos tu inquietud por
intentar algo nuevo, la urgencia que tienes por experimentar sensaciones
desconocidas, intensas. Tú eres el individuo que necesitamos, tú puedes
ayudarnos a dar un paso significativo en la ciencia. Acepta el trato Joel, no
te arrepentirás”… Quedé pasmado por unos instantes y cuando reaccioné, no sabía
qué escribir. De alguna manera, quien estaba detrás de la pantalla conocía
detalles de mi vida que no había revelado ni a mis amigos más cercanos. Estaba
metido en un problema serio, muy serio. Lo único que se me ocurrió fue
preguntar quiénes eran. “Nosotros no importamos. Lo trascendental es tu
respuesta. En treinta minutos tocarán a tu puerta unas personas y te
preguntarán si aceptas o no. Si respondes afirmativamente, te llevarán en una
camioneta hasta un apartamento y te darán instrucciones”. Al instante, inquirí
con un poco de temor: “¿…y si declino la invitación?”. “No volveremos a
contactarte, a menos que sea necesario. Pero deberás tener mucho cuidado con lo
que hagas de ahora en adelante, cualquier acción estúpida acarreará una
consecuencia. No te arriesgues de esa manera, te conviene aceptar la oferta”.
Envié otro mensaje instantáneo, pero la cuenta aparecía como
“desconectada”. Nunca recibí otro mensaje. Me senté en un sillón, con mi cabeza
reclinada sobre mis manos. Analicé la situación sin encontrar solución; pensé
en llamar a la policía y denunciar el acto, pero lo descarté. Era posible que
aquellos sujetos tomaran medidas contra mi intento. Tenía miedo de llamar a
alguien para contarle los sucesos, no quería que nadie más estuviera
involucrado en el asunto ni mucho menos que, por mi culpa, sufriera algún daño.
Todo esto rondaba mis pensamientos hasta que un golpeteo en la puerta principal
me interrumpió. Fui a la ventana e intenté ver quiénes llamaban a la puerta:
había una camioneta negra con vidrios polarizados estacionada frente al jardín,
pero ningún pasajero a bordo. Volteé a la derecha y vi a dos hombres vestidos
de negro aguardando a que abriera. Con temor, fui hasta la puerta y la abrí
lentamente. Efectivamente, había dos sujetos altos y corpulentos, pero además
una mujer de mediana estatura entre ellos. Todos llevaban gafas oscuras y
vestidura negra. Pregunté con voz entrecortada qué era lo que deseaban, a lo
cual la mujer repuso, simplemente: “Sí o no”. Quedé por un instante en shock,
no entendía por qué no me llevaban a la fuerza en lugar de preguntarme si
deseaba formar parte de aquello. Entonces supe que, para que el asunto
funcionara, debía ser por voluntad propia; sin embargo, lo último que deseaba
era volver a pasar por todo ese infierno, mucho menos uno con mayor duración,
por lo que respondí con firmeza: “No”. Al momento, la mujer y el hombre a su
derecha dieron media vuelta y, sin decir palabra, regresaron a la camioneta. El
otro individuo me sostuvo con firmeza del cuello, casi asfixiándome y me
susurró al oído: “Jamás tuviste una conversación en la que te ofrecieron la
prueba, ni tampoco la conoces. Tú no sabes nada de nosotros, ni siquiera
existimos. Cualquier acción que pretendas en contra de nosotros es inútil,
cualquier intención por informar o probar tu historia será frustrada y traerá
una consecuencia. Sabemos todo de ti y podemos hacer lo que nos plazca. Además,
existen algunas sustancias que, para funcionar en el sistema de una persona, no
se requiere de su voluntad… Quedas advertido”. Me soltó y siguió el mismo
camino que sus compañeros. Estaba de rodillas en la puerta, recuperándome de
aquel casi estrangulamiento, mientras veía desaparecer a la camioneta en los
límites de la calle.
Desde entonces, he pasado días y noches sin una pizca de
tranquilidad; casi no duermo debido a las pesadillas que atacan mi
subconsciente a cada momento. He perdido el apetito, me he aislado completamente
del mundo por temor a que esos bastardos lastimen a quienes conozco. Los
medicamentos son infructuosos; el daño ocasionado a mi mente es incurable e
irreversible. Algo se quebró ahí adentro, algo que ninguna terapia, ningún
remedio ni médico podrá arreglar. Ir a la policía sería igual de vano que ir
con un psiquiatra. He perdido mi salud, mi trabajo, mis amigos, mi vida… he
perdido todo por un maldito lapso de cinco minutos, por una decisión mal
tomada. Cuando revisé la papelera de reciclaje, encontré el archivo MP3 intacto
—la nota, por el otro lado, había desaparecido, como si alguien hubiera
hackeado mi laptop—. Supongo que lo dejaron para que recordara mi desgracia,
para que supiera que ya no había lugar en el mundo para mí si no era con ellos.
Me observan a cada momento, saben a dónde voy y lo que hago.
Incluso siento que, en cierta manera, controlan mis acciones. Aun escondido
aquí, saben que estoy escribiendo esto, pero, ¿por qué lo permiten, si es un
hecho que voy a hacer todo lo posible para que esto salga a la luz?… Quizá, al
estar internet lleno de historias extraordinarias y sobrenaturales, piensan que
ésta pasará a ser otra narración falsa, una leyenda sin bases para comprobar su
veracidad, una historia más. O tal vez ellos buscan que la historia se difunda,
que recorra cada sitio en internet y se popularice, así podrán conseguir
personas que estén dispuestas a entregar su cerebro para quien sabe qué fines.
Oh Dios, ¿qué he hecho? Cuando lean mi experiencia, la gente creerá que lo que
experimenté fue algo divertido, cuando en realidad fue todo lo contrario.
¡Ellos lo saben! Saben que, sobre todo los jóvenes, se sentirán atraídos por
las sensaciones que describí, saben que no podrán resistirse a probar algo que
les causará efectos mucho más intensos que las drogas convencionales. ¡Ellos
tenían planeado que yo escribiera esto! Ya no me queda suficiente tiempo para
corregir el daño, lo único que puedo hacer es advertirles: NUNCA descarguen de
internet CeasetoExist.mp3, ni en ningún otro formato, aunque creo que será algo
difícil encontrarlo. NUNCA prueben dosis de dudosa procedencia, pero más que
nada, JAMAS acept
(El texto de bloc de notas termina aquí).
NOTA: el anterior texto me fue facilitado por una persona
allegada a mí, cuya identidad no puedo revelar por cuestiones de seguridad.
Este individuo asevera ser pariente del protagonista de la historia, quien vive
en Estados Unidos y le mandó por correo electrónico su experiencia
(originalmente escrita en inglés), junto con un archivo de audio que aparentemente,
es la pieza que se menciona en la historia. Yo no traduje la historia, ya que
quien me la envió se había encargado de hacerlo, sino que corregí algunas
cuestiones ortográficas, gramaticales, de sintaxis y modifiqué algunas palabras
para hacer más apacible la lectura.
No poseo el texto original ni la pieza de audio, no sé si es
un Hoax (aunque lo dudo, puesto a que conozco personalmente a este sujeto), y
desconozco si el audio original se encuentra en algún sitio. Tampoco he podido
contactar a quien me pasó el texto, así que no sé si la historia (en inglés), fue compartida en otros sitios ni tampoco si el archivo de audio esté
disponible para descargar en algún servidor.
Anónimo.
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