Lector, si es de las personas que gustan de desvelarse
jugando videojuegos, que gasta su vista y conciencia hasta puntos dañinos
pasando nivel tras nivel, día a día, desde que se oculta el sol y hasta el
canto de las aves por las mañanas, siéntese por favor; sin embargo ahora que se
encuentra leyendo le confesaré que esta historia no trata directamente de ello,
tal vez solo es la introducción.
Sucedió hace un tiempo. Qué chico no gusta de tomar el juego
el cual siempre le ha tomado dificultad, ese que realmente representa un reto
para uno, y una proeza entre los amigos; no el hecho de pasarlo, sino, la de
resolver cada acertijo, de jactarse haber pasado apasionadamente noche y día
desvelado, saboreando cada momento, cada instante al jugarlo y descubrir los
secretos de él. Así me encontraba en algún momento de mi vida, decidí tomarme
las vacaciones para pasar un juego el cual había jugado antes pero a causa del
periodo escolar no lo había jugado de una manera placentera, o dicho de otra
forma, de manera adictiva. Empecé tranquilamente (si es que se puede considerar
así). Cinco horas diarias, en momentos salía con amigos. Conforme
transcurrieron las vacaciones y más avanzaba en el juego mayor era mi adicción
por él. Y el juego tenía su dificultad, era lo que me incitaba, lo que me
gustaba. En algún momento me visualizo a las tres de la mañana bajando por pan
o comida para subirla a mi habitación y proseguir jugando sin invertir mucho
tiempo en alguna otra cosa. Dormir a las nueve de la mañana, después de un tiempo
de que sol estuviera presente, dormir dos horas hasta las once y proseguir el
día jugando. Suspiro al recordar momentos tan épicos en los que gastaba tanto
tiempo en algo tan simple como un videojuego, sin una sola preocupación más que
seguir en el juego. Pasión constante por seguir y seguir.
Eventualmente me percaté de que aquello no era del todo
sano. Una noche bajé al baño, ya pasadas las doce. Es un baño sencillo. Se abre
la puerta y hay un lavabo con un espejo sobre él, de manera que al entrar inmediatamente
puedes ver el reflejo de tu rostro. Hay una pequeña pared que divide la
sección donde se encuentra, diciéndolo directamente, el baño, y una puerta
corrediza al lado de él, la cual es para separarlo de la ducha. El interruptor
de la luz se encuentra a un lado de la entrada. Tengo el peculiar hábito
de que cuando voy al baño, primero entro en él, cierro la puerta y después de
ello prendo la luz. Y esa noche estaban la mayoría de las luces apagadas, una
oscuridad en la cual uno podría tropezarse con cualquier cosa. Al llegar al
baño, entré como acostumbro, una vez allí, con la escasa luz que había, volteé
a ver al espejo. Noté mi camisa blanca que resaltaba un tanto en la oscuridad.
Encendí la luz, me tomé un momento para verme en el espejo; podía ver las
arterias de mis ojos resaltadas, una ramificación sólo comparada tal vez con
los ojos de algún adicto a el trabajo. Me alejé del espejo y vi que, por un
instante, mi reflejo maniobró un sutil movimiento con el brazo que yo no hice.
No era algo realmente llamativo, ni siquiera algo para asustarse; sólo me
pareció peculiar. Por un momento no se veía como si realmente fuera yo, parecía
alguien muy parecido a mí, imitándome de alguna forma, del otro lado. Después
volvió a adquirir ese aspecto cálido, no ajeno que había tenido antes. Proseguí
he hice mis necesidades.
Al terminar volví al lavabo, lavé mis manos, y nuevamente
puse atención en el espejo. Dudoso de lo anterior, me quedé, un
instante viéndome fijamente, sin hacer gestos, sin hablar, sólo ahí mirándome.
Pasó algo extraño, como si fuera un mensaje subliminal, mi rostro cambió
rápidamente. Me vi con una expresión burlesca, una sonrisa diabólica, ojos
rojos y fijos mirándome. No alcancé a ver el resto de mi cuerpo, fue
por un momento y mi reflejo volvió a ser normal. Me asusté, realmente lo hice.
No sabía que había sido. En parte se lo atribuí a la forma de vida que había
estado llevando últimamente. El miedo fue momentáneo, efímero, se disipó
rápidamente y mientras aún seguía en el baño, apagué la luz. Al abrir la puerta
un poco de luz entró al baño y de reojo volteé a ver el escaso reflejo que se
apreciaba en el espejo. Un bulto seguía mostrándose, como si mi figura no se
hubiera movido de ahí aunque yo me hubiera ido del sitio. No presté atención a
ello, era oscuro, igual aparentemente ese día mis ojos estaban débiles. Esto no
me detuvo, llevaba varios días jugando y pretendía seguir haciéndolo. Sólo
agregaré; esa noche, mientras jugaba, uno de los vecinos puso la canción “Rock
You”, del grupo “Queen“, me parece. Esa canción me causa… No sé.
Pasaron los días, y las noches también. Proseguía en el juego
y aquel detalle de esa noche había quedado atrás. Otra noche, la abstinencia
llegó a un punto donde la opción era una vejiga más resistente o bajar al baño.
Nuevamente bajé como lo hice noches antes. Esta vez pasé sin mirar mi figura en
el espejo e hice el trabajo al que iba. Fui al lavabo, y al levantar el rostro
nuevamente me vi. Me tomé un momento para conversar conmigo; me dije burlonamente
—Ese muchacho, ya viste nada más que rostro. A este paso vas a terminar
acabado—. Al terminar de decir estas palabras mi reflejo tomó vida propia,
sonrió de una manera que me dejó paralizado, asustado, esa sonrisa que no es
natural ver en una persona cuerda, una sonrisa sádica. Sus ojos ligeramente
rojos, y sus movimientos totalmente independientes a los míos. Él contestó
—Seguro que sí, ¿eso es lo que quieres?— Me quedé sin palabras, mientras él me
miraba fijamente, sus ojos clavados en lo más profundo de mi mirada. Al
instante de verle había dado una exhalación profunda, y hasta ahora seguía sin
poder inhalar, sintiendo algo frío en mi abdomen. Pude ver por instantes
que no era completamente igual a mí, se encontraba despeinado, un poco sucio,
con una camisa diferente a la que usaba en ese momento y un tanto rota. Para
cuando salí de mi miedo mi reflejo volvía a ser el mismo, fue un momento
irreal. No sabía si todo había sido un momento en el cual me desmallé y aluciné
eso. Pensaba en cierta forma que había propasado la forma en la que había
jugado durante ese tiempo.
Así quedo mi pensamiento.
Tras aquella noche, sería mentira el decir que dejé de
jugar el videojuego. Lo jugaba menos tiempo, sinceramente aún bastante, pero en
menos exceso.
Todavía no terminaban las vacaciones; decidí hacer algo más
de mi tiempo. Una tarde salí a dar un paseo en bicicleta. Deambulaba por calles
tranquilas, en ese punto del día en el que el sol brilla bellamente. Podías
pasear con libertad, ver un bello panorama, no había que fijarse
demasiado en los autos. En ese momento deambulaba sin rumbo fijo por una de
esas zonas llenas de casas hermosas, cada una distinta de la otra; cada calle
con abundancia de árboles, de modo que existía ese tipo de sombra digna de una
tarde en la que al voltear hacia arriba puedes ver cómo se filtra la luz de
entre los árboles. Me gustan las calles de cierta zona de la ciudad, son, por
un llamarlo así, el legado de las personas que se han ido y han dejado de
alguna forma su gusto, su esencia marcando cada calle, cada casa el reflejo de
su vida; sus esfuerzos, esa expresión tan personal de hacer un lugar para
poder vivir en mi opinión es una de las formas más puras de expresarse.
Deambulaba tranquilamente por ellas, disfrutando por primera vez el viento, los
colores tan vivos de la realidad. Estaba cerca de pasar por una
intersección, seguí derecho y con mi vista en el panorama. Al llegar a la
esquina sentí algo frío tocar mi pierna, escuché un ruido y cuando volteé… Eso
es todo lo que recuerdo.
Al despertar me encontraba en un lugar que parecía ser
un hospital. Tras un tiempo un doctor se acercó hasta mi habitación y me
comentó que había sido arrojado por un carro mientras estaba en la bicicleta;
además agregó que por suerte fue un carro pequeño, de manera que en lugar de
pasar por debajo de él me aventó. También me comentó que aparentemente no tenía
heridas graves. Me percaté que me encontraba con bata de hospital. Era de tarde
cuando vi a la distancia a través de una de las ventanas del hospital,
aparentemente sólo estuve inconsciente algunas horas, para cuando el doctor
terminó de hablar yo asentí y me dijo que los que me recogieron ya habían
contactado a mi familia a través de los teléfonos que se encontraban en la
agenda de mi celular (qué eficaz, pensé, supongo es un procedimiento de
rutina). En el trascurso en que mis familiares llegaran me senté sobre la
camilla, el doctor me dijo que lo mejor sería darme un baño, el hospital
contaba con regaderas. Me indicó dónde podía tomar mi ropa y fui a esas
regaderas. Éstas también contaban con un espejo y un lavabo. Al verme en el
espejo me percaté de algo. Me veía casi idénticamente en ese instante como el
reflejo de aquella ocasión, despeinado, la ropa sucia y rota, inclusive me
parecía era la misma ropa. Por un momento pasé saliva, me sentí un poco
asustado. ¿Tal vez había sido real? No, lo dudo. Con mi pensamiento, no
incrédulo, sino de no dejarme corromper por la mala suerte o supersticiones.
Proseguí a bañarme. Me desvestí entré a la ducha y puse agua tibia. Tras un
momento, esperé a secarme ya que no contaba con toalla y me puse la misma ropa
que llevaba puesta (en mi casa podría cambiarme). Estaba por salir, cuando noté
que algo de humedad se había acumulado en el espejo, y, como si se hubiera
hecho a un lado el empaño con el dedo, decía: “Ese muchacho, ya viste nada más
que rostro. A este paso vas a terminar acabado”.
Mi vida es normal, no terminé traumado, no soy adicto al
terror, prosigo día a día. Sin embargo eso sucedió en algún momento de mi vida,
no sé. Sólo hoy día cuando me miro en un espejo ya no me apetece sonreír,
o hacer expresiones, solamente prosigo. Lo único que ha quedado de aquella
ocasión es una sensación, esa de cuando uno ve su reflejo, de sentirlo propio y
ajeno, de temer, de sentir por un instante que el reflejo no es uno mismo, o
tal vez el simple hecho de lo abrumador que resulta el sentirse ajeno a esa
persona en el espejo.
Autor: carlos
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